Estrés de fin de año y Covid ¿tenemos opciones?

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Clima Laboral, Comunicación Interna

Cecilia Gutiérrez, Jefa Unidad Desarrollo organizacional.

¿Cómo ha afectado esta pandemia su vida? ¿ha sentido que es incapaz de controlar las cosas importantes? ¿con qué frecuencia ha sentido ansiedad? ¿considera que las dificultades se acumulan tanto que no puede superarlas? ¿con qué frecuencia ha pensado sobre aquellas cosas que le quedan por lograr? Todas son preguntas que nos hacen reflexionar en este fin de año distinto y demandante.

Para la mayoría de las personas, este periodo ha sido complejo y nos recuerda que la carga física y mental es acumulativa. Si al cierre de actividades le sumamos seminarios, informes, gastos y proyección de presupuesto, planificaciones, ceremonias, navidad, fiestas de fin de año, covid y la incertidumbre sobre el 2021, tenemos un cóctel de situaciones y pre-ocupaciones que podrían ser el detonante final para el agotamiento definitivo.

El estrés es “un personaje” conocido en nuestras vidas. Se manifiesta a través de sensaciones, acciones y pensamientos que nos hace sentir con una alta activación frente a los quiebres, generalmente llamados problemas o dificultades. Situaciones que no podemos controlar.  Lo que antes nos ayudaba a sobrevivir a los peligros, ahora, por su sostenimiento diario, está afectando nuestro estado físico, psíquico y emocional.

Sabemos que el estar constantemente expuestos al estrés puede llevar a múltiples consecuencias crónicas como problemas cardiacos, diabetes, problemas de colesterol, presión arterial y aumento de peso, alterándose incluso la distribución de la grasa alrededor del centro abdominal. Un dato que sin duda llamó mi atención, pero no más que los descubrimientos de la Dra. Elizabeth Blackburn, bioquímica y premio nobel, quien señala que el estrés puede provocar además una afectación genética de los telómeros, estructuras que se encuentran en los extremos de los cromosomas, acelerando su acortamiento.

Por otra parte, Robert Sapolsky neurobiólogo de la Universidad de Stanford, se refiere a cómo nuestros hábitos sociales pueden contribuir a hacernos más susceptibles al estrés. En sus investigaciones con babuinos descubrió que estos primates mantienen la activación hormonal asociada al estrés aún terminado el peligro, por estados generalmente psicológicos; manteniendo la ansiedad, hiperventilación, aceleración del corazón y tensión muscular, de manera muy similar a los seres humanos.

Ahora bien, tanto Blackburm como Sapolski, también nos dan esperanzas. La primera, señala que es posible generar una enzima que puede reparar el daño, a la que denominó telomerasa y que al parecer se activa en el encuentro con otras personas; compasión y preocupación por otros son la clave, lo que quizás podría aumentar nuestra longevidad, haciendo que las células rejuvenezcan y se regeneren. El segundo, nos dice que es posible vivir sin estrés y con ello generar cambios físicos positivos que pueden mantenerse en el tiempo en la medida que encontremos un lugar donde tengamos el control. Es decir, “puedo vivir una situación en la que no tengo control, pero me mantendré sin estrés en la medida en que controle otra área de mi vida”. Sin duda, dos aproximaciones que nos abren un mundo de posibilidades.

Por lo mismo, les invito a dejar de “romantizar” estar siempre ocupado/a, no tener tiempo para nada y realizar cinco cosas a la vez y admiremos a quienes llevan una vida serena, centrada en la excelencia por sobre la exigencia. Así también, fomentemos nuestro involucramiento en la comunidad y en nuestro trabajo, desde una perspectiva positiva y desde nuestras capacidades, priorizando nuestro tiempo en lo importante, todo lo cual nos lleve a lo básico y esencial, a los círculos sociales realmente poderosos. Dar y apoyar en lugar de sólo recibir, podría contribuir a nuestra sensación de eficacia y control y, por ende, a generar un bienestar y plenitud que nos proteja de ese temible “personaje” que es el estrés.