Parece un espejismo agradable, del que se acuerdan algunos cuando hace falta como comodín en campaña. Pero lamentablemente, los empeños apuntan al olvido. La eficiencia energética continúa formando parte de esa tan amplia y más absoluta ignorancia en la que, en algunas materias, permanece inmersa la mayoría. Como si -una vez más- en Chile bastara sólo con que la rueda gire para que la máquina funcione.
Porque suenan estupendo, pero escasamente es tema real de reflexión el significado de esas dos palabras cuando se escriben juntas. Aquí la brecha es enorme y a nivel industrial está situada en la mitad entre conocimiento y aplicación. Porque las nuevas generaciones lo manejan, pero la reticencia a hacer modificaciones reales que permitan su aplicación permanente es total.
La mentalidad nacional parece, una vez más, ser tan estrecha como la geografía del país. ¿Por qué no hablar en serio de eficiencia energética y suprimir esa avidez permanente por contar con energía? Fin a urgencias, blackout e incluso conflictos sociales y manifestaciones públicas. Y el punto final no depende del ciudadano de a pie, sino de la ampliación en la mentalidad empresarial e industrial de los legisladores de turno y del incremento en la educación vinculada con energía.
Hoy no contamos con las condiciones del primer mundo, ese que se dedica a vender servicios. Lo nuestro sigue siendo la realidad industrial, en un país donde la energía es la más cara del continente, y que fue el primero en el mundo en liberalizarla. ¿Por qué seguir a oscuras, entonces? ¿Por qué a nadie le suena mucho el nombre de la Agencia Nacional de Eficiencia Energética? Y lo qué es peor, ¿Por qué continuar atrasados esos mismos 20 años que se demoró la implementación de un reglamento eléctrico en Chile?
La suma de un marco regulador pésimo y la incapacidad de actuar diligentemente por parte de los agentes involucrados, partiendo por la industria, tiene a un país a oscuras. Ley del mínimo esfuerzo, sería la denominación lógica para un sistema tan nefastamente perezoso, que se niega a tomar la decisión de ahorrar un 10%, 20% o incluso un 30% en el consumo. Como si ese sistema no estuviera en conocimiento de que lo que se necesita es energía y que el mega watt hora más barato, es el que se deja de producir.
Rodrigo López González
Jefe de Carrera
Ingeniería Civil Eléctrica
Universidad Católica de la Santísima Concepción