En la actual coyuntura educacional, cabe reflexionar en torno a una situación que expuso hace ya largos años el desaparecido historiador, Gonzalo Vial Correa. Aludiendo a los aportes estatales que recibía el sistema escolar, Vial concluía que los dispares resultados que obtenía la educación particular pagada, en comparación al sistema municipal se debía en parte importante a que la subvención escolar pagada por cada niño del sistema público, era una cuarta parte de la que pagaban las familias que educaban sus hijos en el sistema privado.
Sin negar la influencia de otros factores, siempre será evidente que el antiguo proverbio “poderoso caballero es don dinero” mantiene plena validez y nos obliga a asumir la realidad que se requieren más recursos frescos para mejorar el bajo nivel educativo general.
En tal sentido no deja de resultar orientador el dato publicado este año sobre los mejores establecimientos de enseñanza media de Chile y sus costos de educación. Considerando los mejores veinte colegios que en su casi totalidad funcionan en Santiago, vemos que cada alumno representa una matrícula de anual promedio de $2.200.000 y un arancel de $265.000 mensual.
Frente a los precios de enseñanza media de la mejor calidad y entendiendo que este no es sino un paso preparatorio para ingresar a la Universidad, resulta a lo menos temerario escuchar afirmaciones como que “la educación superior chilena es cara” ¿Porqué no se cuestiona los valores de la educación particular? ¿No será que desde 1981 se distorsionó a la baja los valores que representaba educarse en una Universidad?
Los mejores colegios chilenos no tienen la obligación de contar con grandes y complejos laboratorios, bibliotecas especializadas y lo más representativo de una Universidad de calidad, no requieren mantener una amplia planta académica con postgrado en diferentes campos de la ciencia, las humanidades y la técnica.
El problema se enfrentó en el pasado de manera parcial y desordenada; pareciera que hoy existen más posibilidades de abordarlo de manera integral y sistemática, a fin de iniciar una real y positiva transformación educacional.
Dr. Andrés Medina Aravena
Académico Licenciatura Historia
Universidad Católica de la Santísima Concepción
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