Votar o no votar: he ahí el dilema


El 1 de febrero del presente año fue publicada en el diario oficial la ley 20.568 que regula la Inscripción Automática, modifica el Servicio Electoral y moderniza el sistema de votaciones, además de modificar la Ley 18.556 Orgánica Constitucional sobre sistema de inscripciones electorales y Servicio Electoral, por lo que a contar de ese momento se ha vuelto obligatoria y plenamente eficaz. Mucho se dijo en su momento acerca de los grandes beneficios de esta nueva ley, entre ellos lo más claro sin duda es que a contar de aquí se habrán incorporado automáticamente al Registro Electoral alrededor de 5 millones de ciudadanos que antes no estaban inscritos, lo cual supone un aumento sustancial del universo de votantes.

En resumen, hoy las excusas de antaño que justificaban la falta de inscripción basándose en la necesidad de realizar un trámite épico según muchos como lo era presentarse en la junta inscriptora y registrarse, están obsoletas, pues hoy, acorde a los tiempos modernos y la ley del mínimo esfuerzo, los hijos de la era del control remoto no necesitamos hacer nada en especial más allá de cumplir 18 años para quedar automáticamente inscritos en el registro electoral.

Sin embargo, la contrapartida es doble: inscripción automática pero voto voluntario. Entonces se nos vienen a la mente todos aquellos conocidos que alguna vez dijeron haberse inscrito en los registros electorales por error, o porque en aquella época creyeron con más ahínco que el derecho a voto se lo habían ganado con esfuerzo y valía la pena ejercerlo, pero hoy no era más que un estorbo, un día perdido haciendo fila. Lo triste de cualquiera de esos comentarios es que dan testimonio de una democracia herida, una que agoniza porque contradiciendo su propia esencia que consiste en la facultad de las personas de elegir a sus representantes a través de elecciones periódicas, se ve banalizada y desnaturalizada.

Algo que siempre me llamó la atención era cómo traduciendo en números los balances electorales nos podemos dar cuenta de la gravedad del problema. En las últimas elecciones presidenciales nuestro país tenía una población de casi 17 millones de habitantes, de los cuales 12 estaban habilitados para ser ciudadanos, sin embargo los habitantes inscritos no superaban ampliamente los 8 millones. Considerando sólo los votos válidamente emitidos, descartando las exenciones, los votos nulos y los blancos, este número se reducía a 7 millones. Considerando que un presidente requiere para ser electo el 50% más uno de los votos, estamos hablando que en realidad nuestros mandatarios cuentan con el voto de no más de 4 millones de personas. El respaldo de cuatro millones para gobernar las vidas de 17 millones.

El derecho a voto es la esencia de un sistema representativo, pero su ejercicio es lo que lo reviste de autenticidad. La humanidad tiene el gran defecto de poseer una memoria frágil, olvidamos con naturalidad los tiempos difíciles cuando gozamos de bonanza, olvidamos mirar en los tiempo actuales al otro lado del Atlántico y darnos cuenta que hoy muchos libran guerras e inician revoluciones porque  anhelan la facultad de ser capaces de elegir, de ser capaces de tener su ápice de injerencia en el propio mundo que los rodea, anhelan tener la esperanza de que las cosas pueden cambiar y que ellos pueden contribuir a que así sea. El sufragio es tal vez el único momento en el que la sociedad nos toma como iguales, realmente iguales, donde cada uno es un voto, no importa el nivel de educación, no importan las riquezas, no importan las influencias, sólo importamos cada uno de nosotros y nuestra libre capacidad de autodeterminarnos.

Así que cuando llegue el momento de las elecciones y usted se pregunte: ¿votar o no votar? Sostenga su espíritu, no deje ir su oportunidad de ser la gota en el océano que un día puede marcar la diferencia. Piense que incluso decir que nos gusta el verde cuando solo nos ofrecen blanco o negro requiere una manifestación de voluntad.

Carla Chovar Ramírez
Estudiante de Derecho
Universidad Católica de la Santísima Concepción