El próximo 11 de abril el país enfrenta unas elecciones de constituyentes, gobiernos comunales y gobernadores regionales. Un dato importante es que esta será una de las elecciones donde el elector verá, como nunca antes, una larga lista de candidatos en todas las papeletas que deberá completar antes de sufragar: nombres de candidatos a gobernador, alcaldes, concejales y constituyentes de varios pactos.
Y aunque parezca otra elección más, lo cierto es que define mucho más que el destino de los gobiernos locales y regionales, porque del resultado que obtengan los distintos pactos, se proyectará hacia las parlamentarias y las presidenciales. Pero, además, de ella saldrá el cuerpo colegiado que escribirá las reglas del juego que nos regirán en los próximos años.
Y aunque para muchos la política es una actividad que padece un severo desgaste de imagen, ella todavía influye de manera decisiva en nuestras vidas y también en nuestras creencias. Votar es una responsabilidad cívica, pero también una deliberación ética que tiene consecuencias en nosotros y en la sociedad. Hay, por tanto, una responsabilidad individual en la construcción del bien común, que se inicia en el acto simple y a la vez relevante de votar.
La indiferencia por la cosa pública, que se expresa en la abstención, es común en sociedades donde hay certezas acerca del orden político. En las sociedades en transición, que pueden avanzar en direcciones diversas, la apatía electoral es un lujo. Desde hace mucho tiempo no vota en Chile muchos más del 50% de los electores. Es decir, el futuro del país lo han decidido sólo uno de cada dos chilenos. Y esto no por un problema de exclusión o por leyes que discriminan a unos en favor de otros, sino, más grave aún, por la renuncia voluntaria a un derecho que a la humanidad le costó siglos conseguir.
Es altamente probable que existan muchas razones que justifican la indiferencia electoral. Tal vez la cosa pública dejó de ser pública y ha sido capturada por intereses de distinto tipo que no viene al caso enumerar. Pero este es justamente el tiempo de levantar la mano, tomar la palabra o más simple aún, votar. No sufragar es una elección moral que se traduce en traspasar a otros la responsabilidad de elegir. Muchos piensan que así quedan al margen de la política, más allá de las erradas decisiones que toman aquellos que ejercen cargos públicos, como si alguien pudiera ubicarse fuera de lo que padece su comunidad.
La abstención es finalmente enemiga de la democracia, representa una decisión moral que consiste en no hacerse cargo de las consecuencias de las decisiones políticas, para luego mostrar una supuesta independencia frente a los gobiernos de todos los signos. La abstención es otro signo de nuestro tiempo: individualismo que rehúye los compromisos ya no con los demás, sino con las propias ideas y convicciones. Que otros hagan los cambios. Y si luego no te gustan, ya será demasiado tarde. El precio de renunciar a la libertad.