Hace poco más de un mes se han iniciado las actividades académicas en las universidades chilenas, periodo de recibimiento a los nuevos estudiantes y de planificación de acciones tendientes a responder a las exigencias que hoy posee la educación superior. No obstante, siempre hay tiempo para detenerse en la legítima reflexión sobre la finalidad y motivo original de la universidad, emprendido en el Medioevo cuando esta entidad recibía su nombre de la frase latina que designaba a los gremios de maestros y alumnos: universitas magistrorum et scholarium. En los siglos X y XI los conventos, las abadías y las catedrales fueron lugares de amparo para el conocimiento, no sólo por un interés intelectual de obispos y párrocos, sino también para favorecer la búsqueda de saberes de aquellas personas que no contaban con maestros particulares. Sobre este principio se erigieron las universidades de Bolonia, París, Salerno y Córdoba que, en un comienzo, desarrollaron la Filosofía Escolástica y las Humanidades, integrando paulatinamente las ciencias aplicadas. Señala el cardenal Ratzinger en Iglesia, ecumenismo y política (1987), que desde sus inicios las universidades pensaron en desarrollar distintas disciplinas y diversos saberes, aunando y no disociando los contenidos de carácter científico con los saberes de carácter humanista, porque estos últimos se encargaban del marco teórico orientador del obrar humano.
Sobre la situación de las universidades en nuestra época, el filósofo Jacques Derrida, se preguntaba, aproximadamente hace unos veinte años, por la «razón de ser» de la universidad, inquietud que le llevó a pensar en la causa, la necesidad, las justificaciones, el sentido y la misión de la universidad, es decir, en su destinación. También, el filósofo Alejando Llano (Repensar la Universidad, 2003) plantea cuestionamientos sobre el objetivo esencial de las universidades que hoy se encuentran en su más brillante posición dentro de la sociedad del conocimiento, plenamente capacitadas para dirigir el progreso científico y, al mismo tiempo, en un crítico estado de vaciamiento de los ideales a los que debe su existencia. El problema en torno a la definición del rol de la universidad en la actualidad se debe, en gran parte, al deseo de cumplir con las innovaciones que las especializaciones exigen. Además, la perspectiva pragmática que ha adquirido el conocimiento ha retirado del campo académico el amor por la verdad y la aspiración por la perfección del sujeto, generándose una dificultad para distinguir los riesgos que implica el afán científico y la pérdida de las fuentes clásicas del saber.
Sin embargo, si la sociedad es cada vez más consciente no sólo de los beneficios, sino también de los riesgos del ingreso de la tecno-ciencia en todos los ámbitos institucionales, las universidades deben responsabilizarse del efecto negativo que ha tenido la relativización del aporte de las Humanidades frente a la verdad de las ciencias y la tecnología. Por ello, al interior de las universidades debe asumirse como prioridad el ejercicio crítico-reflexivo respecto a sus propias prácticas formativas, con la finalidad de contribuir a enmendar las consecuencias que el incremento de la racionalidad técnica ha significado para el ser humano, hoy privado de elementos que permiten el desarrollo amplio de su razón teórica, estética y contemplativa. Es indiscutible que las universidades modernas han contribuido positivamente al mejoramiento de las condiciones de vida. No obstante, este progreso ha instalado la idea equivocada de una necesaria disminución de las Humanidades en todos los niveles educativos. Hay que recordar que las Humanidades facultan un tipo de pensamiento que enriquece la perspectiva de la realidad sin perder de vista la esencial dignidad de la
persona humana. En razón de esto, es importante interrogar sobre qué principio de racionalidad impera actualmente en la administración de la educación universitaria, incluso preguntar por el fondo de los modelos educativos dirigidos por las reglas del procedimiento técnico, la innovación y la productividad económica. Pensar hoy en la labor de la universidad, conlleva a reconsiderar su misión primigenia de compromiso en favor de la cultura y el ser humano, fortaleciendo su papel de in-formar el pensamiento del gremio de maestros y estudiantes.