Si hay algo claro en estos días, es que Chile cambió. La gente está dialogando en todas las instancias posibles: las calles, cabildos, universidades, colegios, juntas de vecinos, y por supuesto, grupos de whatsapp. Una de las principales demandas es la necesidad de un “nuevo pacto social”, el que, a su vez, incluye varias solicitudes, entre ellas, mejores pensiones para nuestras personas mayores.
El actual sistema de pensiones fue concebido en otra época, y lamentablemente, no da abasto para las necesidades del Chile del siglo XXI, porque perpetúa las desigualdades socioeconómicas. Las sugerencias que circulan para mejorar el sistema son varias: dejar el sistema actual de AFPs (capitalización individual), volver al antiguo sistema de reparto, copiar los modelos de otros países “desarrollados”, etc. Sin embargo, este nuevo pacto social hacia nuestras personas mayores involucra algo mucho más profundo que cambiar el sistema de pensiones. Me refiero a la inclusión de personas mayores.
En este sentido, se pueden identificar dos grandes problemas que perpetúan y reproducen la exclusión de personas mayores en Chile y otras sociedades: las trayectorias del curso de la vida, y la segregación por edad. La primera, hace referencia a que nuestras vidas se pueden dividir esencialmente en las funciones que cumplimos en cada etapa de la vida. La literatura internacional identifica 3: aprender, trabajar y descansar. Estas tres etapas se dividen por edad, es decir, en nuestras primeras etapas de la vida, está socialmente valorado y validado estudiar, luego una vez que alcanzamos la adultez, debemos trabajar, y cuando alcanzamos los 60 años de edad aproximadamente, una vez que ya trabajamos varias décadas, se puede “descansar”. Cualquier cambio en ese orden, puede ser considerado como “fuera de la norma social”. La segunda causal, la segregación por edad, se desprende de la primera: estas tres etapas (aprender, trabajar, descansar), causan de que con las personas que más nos relacionamos, son con las que compartimos nuestra función designada, por lo que los lazos intergeneracionales fuera de las familias son poco frecuentes.
Esto significa que, si queremos que las relaciones intergeneracionales sean más comunes, debemos crear un nuevo pacto social. Entonces, este nuevo pacto debe ser logrado a dos niveles: uno macro, donde se consideran los factores más estructurales, como las políticas públicas; y uno individual, que incluye nuestras interacciones diarias. Por lo que un nuevo cambio de constitución puede ser un paso, pero no es el único para transformar nuestra sociedad. Necesitamos cambios macro y microsociales, como dejar de dividir las actividades por etapas de vida que nos segregan por edad: ¿Por qué no vemos a personas mayores como estudiantes en las universidades? ¿Por qué no juntamos a los niños y niñas de un jardín infantil con los residentes de un hogar para adultos mayores?
Entonces, lo que podemos hacer para avanzar hacia una inclusión de las personas mayores es pensar en las relaciones que tenemos con otras personas de otros grupos etarios: ¿Conozco y hablo con otras personas mayores que no sean mis familiares? ¿Cómo podemos abrir
los espacios para incluir a las personas mayores? Sólo de esta forma podremos avanzar en la creación de un Chile más justo, porque el nuevo pacto social debe ser, necesariamente, intergeneracional.