En ocasión del reciente conversatorio sobre la figura de Mons. Moreno, fundador de la UCSC, se ha señalado, con justicia, la importancia que él le daba a la excelencia académica, necesaria para que la Universidad pueda cumplir su naturaleza y misión en la sociedad.
Sin embargo, ¿Cómo lograr esta excelencia, es decir, cuál es el método adecuado para conseguirla? En este sentido, en diversas ocasiones escuché a Mons. Moreno insistir sobre la vía pulchritudinis, el camino de la belleza, como un método para lograr la excelencia académica, método y camino que no debían consistir en esfuerzos aislados, sino en una amistad del pensamiento.
Por ello, Mons. Moreno aclaraba que la belleza es, ante todo, la de las relaciones com-puestas entre las tres Personas de la Trinidad que conocen en comunión. Por otro lado, afirmaba que Cristo es la belleza que se ha hecho carne porque en su vida com-puso su pensamiento con el Padre, confirmado en esto por la iniciativa del Espíritu Santo. Finalmente, sostenía que solo en la communio cristiana, la de la sana Tradición de la Iglesia, es posible “tener el pensamiento de Cristo” (1 Corintios 2, 16), el mismo que él componía con su Padre.
En este sentido, la excelencia académica en una universidad católica, metodológicamente, no puede lograrse sin una colaboración libre del pensamiento entre los mismos académicos. A este propósito, son significativas las palabras de la sana Tradición cristiana manifestada por san Agustín: Nihil cognosciturnisi per amicitiam (“Nada es conocido sino dentro de una amistad”). “Conocer, por tanto, es conocer en comunión” (Péguy) y solo esta amistad libre del pensamiento puede evitar cualquier trabajo malsano hecho contra el otro y no con el otro, es decir, una academia sin envidia, rivalidad, maldad, competencia, ambición, es más, sin la necesidad de vender su fuerza de trabajo por un salario, por un precio.
Mons. Moreno, hablando de la excelencia académica de la UCSC como una de las dimensiones fundamentales de su sello, no hacía otra cosa que remitir al método señalado por Cristo: “Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Evangelio de Juan 17, 21). Metodológicamente, los académicos de una universidad católica deberían saber aprovechar la gracia de esta unidad que Cristo hereda a quienes no ponen obstáculos a esta fortuna, enriquecimiento y excelencia.