Es indudable que nuestro país ha alcanzado importantes logros en materia de crecimiento macroeconómico y consolidación de un estado de derecho. Sin embargo, el desarrollo de nuestra sociedad en materias relativas a la promoción de la tolerancia y el respeto entre las personas es más bien escaso.
Ejemplo de lo anterior es el reprochable asesinato del joven Daniel Zamudio a manos de otros jóvenes precisamente. Pero este hecho criminal es sólo una muestra de cómo se manifiestan acciones extremas de discriminación en nuestra sociedad. A lo anterior, se pueden agregar aquellas expresiones incluso más cotidianas de intolerancia frente a quien piensa distinto, tiene otro color de piel, proviene de una etnia o pueblo originario, es de otra nacionalidad, clase social o simplemente vive en determinados sectores de la ciudad o comuna.
Sin duda que una legislación apropiada y ejemplificadora podría generar un efecto disuasivo en los ciudadanos/as y en determinados grupos sociales que aún no adhieren a valores como el respeto y la tolerancia, pero esto no es suficiente. Las medidas legales deben acompañarse de procesos de sensibilización dirigidos a los ciudadanos/as para promover en ellos/as comportamientos sociales éticos. Incluso, es necesario que al interior de cada hogar las familias incentiven entre sus integrantes – sobre todo con el ejemplo hacia los niños y niñas – una actitud respetuosa y de aceptación frente a las otras personas.
Es relevante fomentar este tipo de comportamientos y actitudes, ya que si nuestra sociedad no realiza el esfuerzo por avanzar en esta dirección, tendremos que seguir lamentando actos de violencia tan repudiables como el que le costó la vida a Daniel.
Héctor Alejandro Abarca Díaz
Magíster en Trabajo Social y Políticas Sociales
Docente Carrera Trabajo Social
Facultad de Comunicación, Historia y Cs. Sociales
Universidad Católica de la Santísima Concepción