El pasado mes de febrero el joven Marcelo Lepe de 20 años de edad fue golpeado por algunos de sus vecinos en la comuna de San Bernardo (Santiago) debido a su condición de homosexual y finalmente asesinado a balazos por este motivo.
Claramente este hecho transgrede lo dispuesto en normativas nacionales e internacionales, tales como la propia Constitución de nuestro país, que en su Artículo 1 señala que “Las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos”; así como transgrede también lo estipulado por la Declaración Universal de Derechos Humanos que en sus artículos 3 y 5 indica respectivamente que “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona” y que “Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes”.
Por lo tanto, desde el punto de vista de las normativas nacionales e internacionales, este asesinato es la mayor vulneración de los derechos fundamentales de las personas a la que se puede llegar y una agresión violenta a nuestra dignidad social. Por otro lado, desde el punto de vista moral, esta situación constituye una brutal expresión de discriminación e intolerancia frente a quien posee una orientación sexual distinta, lo cual es un hecho que como ciudadanos y ciudadanas debiéramos repudiar.
La muerte de este joven, sumada a la de Daniel Zamudio y de muchas otras personas que manifiestan alguna diferencia a los estereotipos predominantes, nos da cuenta de que como país no hemos avanzado prácticamente nada en materia de tolerancia. Estos hechos dan cuenta de los altos niveles de violencia y discriminación con que actuamos frente a alguien que nos parece distinto, y debieran enfrentarse no sólo con las medidas punitivas que corresponden debido a su evidente naturaleza criminal, sino que también desde el plano cultural y educativo.
Si se realiza un abordaje serio de esta tarea educativa y formativa, tendremos la esperanza de que más temprano que tarde contaremos con una ciudadanía que repudia y erradica cualquier expresión de intolerancia hacia las distintas orientaciones sexuales, hacia las personas migrantes, hacia las personas de la tercera edad, hacia los niños y niñas, hacia la población indígena, hacia las personas en situación de calle, por ejemplo.
Sólo así, siendo más tolerantes y aceptando la diversidad, reconoceremos la riqueza que aportan las diferencias y entenderemos que cuando realmente las valoremos nos podríamos transformar en un país desarrollado que respeta los Derechos Humanos.