Soy Carlos Marimán y siempre he pensado que una de las cosas buenas de estudiar en la Facultad de Educación, es cada año ver llegar a los grupos de asiáticos que provienen de cierta universidad china, cuyo nombre no recuerdo. Pero una de las cosas más frustrantes es tener que ver cómo los chinos siendo chinos, valga la redundancia, avanzan de manera vehemente en gramática del español, mientras que uno siendo hablante nativo, no entiende ni diablos de oraciones subordinadas. Pero me da igual, yo Carlos Marimán, ya lo he dicho orgullosamente y muchas veces: que no sabré nada de gramática, pero sí muchas cosas de la vida.
Durante un tiempo para engrupirme a una chica de Licenciatura en Historia quise dármelas de cinéfilo. Por la información de su perfil en Facebook supe que ella sentía admiración máxima por las películas de Kieślowski, Bertolucci y Kubrick. La verdad es que nunca tuve mucha cultura cinéfila, siempre me atrajo más lo literario. Debo confesar que a lo más había visto la saga de pesadillas de Freddy, algunas taquilleras del momento y unas cuántas chilenas garabateras. Así que para intentar agradarle a la chica y obviamente entablar una conversación con ella, empecé a ver películas como loco durante bastante tiempo. Como consecuencia de ello se me cambió el sueño. Tenía la odiosa y sufrida manía de verlas muy de noche y no levantarme al otro día, por lo que finalmente perdí muchas clases, reprobé Literatura Española y Gramática por segunda vez y tampoco logré acercarme a la chica. Fue así repitiendo esos cursos como conocí a los chinos.
Al principio, se veían un tanto confundidos, cuando estábamos en clases de Literatura Española, yo me ubicaba adelante solo para ver sus caras cuando analizábamos El Diablo Mundo de Espronceda, que a todo esto es una obra antiquísima de la literatura española que no recomiendo a nadie. Llamó poderosamente mi atención una de las chinas que, por mucho tiempo, fue para mí la Chun Li. En mi mente la llamé así por el famoso personaje del videojuego Street Fighter del que siempre fui fanático, además mi nueva compañera china tenía un nombre bastante complicado y yo nunca pude entenderlo bien, menos recordarlo.
En esas eternas clases yo veía su particular cara de confusión y lo único que anhelaba era leerle pronto algo de Machado o Federico García Lorca, es decir, mostrarle ese tipo de poéticas para que sintiera que de verdad valía la pena estudiar literatura española, aunque fuera con poemas de amor empalagoso.
Al tiempo, entre clase y clase, me fui acercando a los chinos. Me di cuenta de que hablaban bastante bien el español y también de que eran mucho menos fríos de lo que parecían ser. A veces, no me tomaban tanto en cuenta, ya que eran poseedores de una concentración maquinal. ¡Para qué estamos con cosas! mientras algunos de nosotros, los chilenos, revisábamos nuestros Facebook, hablábamos o mordíamos afanados algún sándwich en clases, ellos estaban firmes dando la pelea gramatical o literaria.
Luego de hacer un trabajo en grupo llegué a conocer más a la Chun Li, ahora para mí, Sara. Aunque me confesó que verdaderamente se llamaba Jiang Xiang, pero por un asunto de entendimiento con la gente de acá, en la universidad la habían inscrito así y que a ella le encantaba. También conocí a Yuan Ziliu, quien se hacía llamar simplemente Juan por los mismos motivos. Con Sara y Juan nos hicimos muy amigos y aún recuerdo el día más emocionante que pasé con ellos, un caluroso jueves cuando fuimos a Lota.
Paseamos por el parque y el palacio que fue de la familia Cousiño y luego descendimos al Chiflón del Diablo por unos cuantos pesos. Recuerdo que mientras avanzábamos recorriendo los recovecos de la mina, el guía, un anciano señor de gesto triste, en un momento apagó su linterna y nos pidió que observáramos la oscuridad más terrible de la mina. Luego seguimos avanzando y empezó a relatarnos con gran pasión todo lo que había sucedido en el Lota de esos tiempos, del sufrido sistema de trabajo de los hombres, de los niños y de los animales que pasaron parte de sus días trabajando en las entrañas de la tierra con frío, cansancio y hambre mientras arriba a pleno sol sucedía la vida en muchas otras formas. Fue inevitable para mí recordar los cuentos de Baldomero Lillo que siempre leí desde niño. Fue la primera vez que Sara y Juan escucharon aquello.
El relato y la atmósfera se tornaron entonces cada vez más conmovedores, tanto que Sara y Juan lloraron desconsoladamente esa tarde. Sara sacó unos pañuelos de envase chino y le pasó algunos a Juan, con eso se enjugaron las lágrimas. Mientras yo y el anciano señor, conmovidos también, con los ojos humedecidos, mirábamos el suelo.
Fue un momento único y memorable, mis dos amigos de la universidad, los mismos dos chinos que parecían de acero en clases, aquellos a los que les costaba saludar de la forma tan amistosamente latinoamericana, se quebraron ese día a casi mil metros bajo tierra, ante mí y ante aquel anciano guía, que con su gesto aún más triste se mostró un poco arrepentido por haber relatado la historia verdadera del pueblo minero de Lota. Estaban Sara y Juan profundamente emocionados ante aquel crudo testimonio de experiencias humanas que hablaban del dolor y del hambre, y que sucedieron en un pequeño territorio del fin del mundo que jamás imaginaron. Eso, finalmente esfumó por completo nuestras fronteras y nos hizo uno: simplemente humanos. Capaces de sentir y ponernos en el lugar de otros, como en un exultante poema en donde una mujer o un hombre lloran hasta rabiar ante una injusticia.
Seudónimo: Nin Anne
Nombre alumna: Carla Partarrieu Peña
Pedagogía Media en Lenguaje y Comunicación