Servicio versus poder


En el mensaje de conclusión de la 101ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal de Chile, realizada en abril del 2011, los obispos de Chile decían textualmente: “El sacerdote tiene como principal misión ser testigo fiel y creíble del Evangelio. No serlo y, peor aún, constituirse en un anti testigo es una traición a la vocación recibida y a la misión encomendada por la Iglesia. Entre las situaciones más repudiables en la vida y el ministerio de un sacerdote, se encuentra el autoritarismo, el abuso de poder, y el abuso sexual contra menores y jóvenes” (nº4). Este mensaje se refirió casi en su totalidad a los abusos sexuales perpetrados por sacerdotes, haciendo una mención especial al bullado caso Karadima. La Iglesia católica no se ha quedado corta a la hora de condenar con energía estos actos abominables. Pero, curiosamente, todos centraron su atención en el abuso sexual, mientras que el autoritarismo y el abuso de poder fueron pasados por alto en la percepción de los lectores. Me gustaría llamar la atención sobre este par de elementos contenidos en el documento los que, a tenor del texto, son tan graves como el abuso sexual.

Por su parte, en la Audiencia General del Miércoles de Ceniza, celebración con la que en el mundo católico hemos dado inicio a la Cuaresma, Benedicto XVI recordando y explicando la experiencia de Jesús en sus cuarenta días de retiro en el desierto dijo: “Pero en este tiempo de «desierto» y de encuentro especial con el Padre, Jesús está expuesto al peligro y se ve asaltado por la tentación y la seducción del Maligno, que le ofrece otro camino mesiánico, lejos del plan de Dios, porque pasa a través del poder, el éxito, el dominio y no a través de la entrega total en la Cruz. Esta es la disyuntiva: un poder mesiánico, de éxito, o un mesianismo de amor, de donde sí”. Efectivamente, Jesús también fue seducido, tentado por el Diablo con el poder, el éxito y el dominio, pero él no sucumbió a los embates del Maligno sino que triunfó sobre él siguiendo su mesianismo de servicio, de donde sí, de amor total que lleva a la entrega radical. Esto se encuentra en la misma línea, aunque expresado de otra manera, de lo dicho por nuestros obispos.

Estas dos palabras, la de nuestros obispos y la del Papa, nos indican con claridad que el camino cristiano no es el del poder, del éxito y del dominio, menos todavía el del autoritarismo y del abuso del poder, sino el del servicio, de la entrega, del don de sí en la humildad. Si esto es lo que se espera de todo cristiano, con mayor razón se espera de aquellos que han sido consagrados como ministros del Señor, pues, como decían los obispos, su misión consiste en ser testigos fieles y creíbles del Evangelio. Pretendemos seguir al Maestro Jesús, quien dijo: “Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón porque efectivamente lo soy. Pues bien, si yo que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, ustedes deben hacer lo mismo unos con otros. Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Jn 13,13-15). Por tanto, ¡ay de aquellos que diciendo seguir al Señor, especialmente en el ministerio sacerdotal, busquen honores, los primeros lugares, “hacer carrera” en la Iglesia! Éstos han sido seducidos por el Maligno.

Pero, no debemos ni condenar a destajo ni desesperar por dos razones. Primera, antes de mirar a nuestro alrededor e indicar con el dedo, tenemos que mirarnos a nosotros mismos, porque todos en mayor o menor medida estamos subyugados por las ansias de poder. Segunda, Cuaresma es un tiempo de conversión y de gracia; es tiempo de balance, de inventario, para corregir lo malo, para descubrir nuestras máscaras y deshacernos de ellas, y también profundizar en lo bueno; para pedirle al Maestro del Amor que nos libere de la esclavitud del poder y nos ayude a descubrir la inmensa y profunda alegría del servicio y de la entrega.

Arturo Bravo Retamal
Doctor en Teología Bíblica
Universidad Católica de la Santísima Concepción

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