Sin duda esta Semana Santa será muy distinta a la de años anteriores. La compleja situación en la que nos encontramos a nivel mundial también afectará a estos días, en los que se vuelven a actualizar los misterios centrales de nuestra fe católica: pasión, muerte y resurrección de Jesús. No obstante, el actual escenario de aislamiento social puede ser una oportunidad para vivir estos días en casa, con espíritu de recogimiento y reflexión.
La primera Iglesia es la iglesia domestica, que son nuestras propias familias. Por eso, frente a la imposibilidad de trasladarnos a algún templo y vivir en Comunidad estas celebraciones, es un momento oportuno para que, en nuestros hogares, podamos preparar algún lugar especial, con un pequeño altar y desde ese lugar vivir estos días con los nuestros, orando y siguiendo a través de los medios de comunicación las distintas liturgias.
En Semana Santa volvemos a conmemorare! compromiso al extremo de Dios por la humanidad, a través de Jesus que, con su vida, nos habla de amor, entrega, fidelidad, amistad, perdón, reconciliación, esperanza e incluso hasta de ser capaces de dar la vida por los demás, como en este contexto también lo vemos a diario en tantas personas.
Esta emergencia sanitaria nos enrostra nuestra fragilidad y vulnerabilidad; pero, al mismo tiempo, nos puede ayudar a tomar conciencia como humanidad que todos somos importantes y necesarios, con el desafío de apoyarnos y ayudarnos mutuamente. Estos días en familia son una invitación para reflexionar y meditar sobre la vida de Jesús y como su vida, nos habla a nuestra propia vida, para comprometernos no sólo con este tiempo en el que nos encontramos, sino sobre la manera en cómo estábamos viviendo.
Semana Santa en este contexto puede ser una oportunidad para aprender a ser más humanos, así como también para la solidaridad y la preocupación real, especialmente, con nuestros adultos mayores y los más necesitados, además de una mayor fraternidad entre todos, particularmente nuestros parientes, vecinos o conocidos que quizás muchos se encuentran solos y requieren de nuestra ayuda o atención.
Son días complejos para todos en esta emergencia, donde se hacen presentes tantas dificultades, tensiones e incertidumbres por lo que acontece. Sin embargo, debemos velar para que, en nuestros ambientes, podamos generar espacios para la contención y el apoyo, y de esta manera pueda primar la paz, por sobre el conflicto; el servicio, por sobre el egoísmo; en la certeza que el Señor está en medio nuestro.
Hoy más que nunca se hacen eco las palabras del Papa Francisco entregadas, hace unos días, en la bendición «Urbi et Orbi» (Ciudad y al mundo): «En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirara aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. 1s 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza»