Semana Santa


Contemplar la Pasión no deja de hacernos sentir dolor, tristeza. Nos puede doler nuestra ingratitud, nuestra incoherencia. Con San Pablo nos sentimos muchas veces contrariados por no hacer el bien que queremos y por dejarnos llevar por el mal que no queremos. Es el drama humano. Pero esta realidad no nos debe abatir. Tenemos esperanza en que, con la ayuda de Dios, podemos cambiar y ser mejores. Cada día que tenemos es una oportunidad que Dios nos da para vencernos a nosotros mismos.

El pecado que está presente en nuestra vida no nos debe desalentar. La figura de San Pedro, que traicionó a su Maestro, es un claro ejemplo de que siempre tenemos otras oportunidades. La misericordia de Dios es infinita y en nuestra vida también debemos experimentarla. La traición es como una hora oscura, pero con la resurrección llega la luz, la luz de Cristo.

Vemos en el mundo muchos acontecimientos que parecen un triunfo de las tinieblas, pero así será hasta el final de los tiempos. Lo que no debemos olvidar es que el verdadero triunfo es de Dios, “Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). En el Pregón Pascual cantamos: “Alégrese también la tierra inundada de tanta luz, y brillando con el resplandor del Rey eterno, se vea libre de las tinieblas que cubrían al mundo entero”. Los cristianos debemos ser portadores de esa luz en todos los sitios en que nos toque estar, con nuestra caridad podemos contrarrestar el mal que existe.

También recordamos en Semana Santa el inmenso amor de Dios por todos los hombres. “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn 3, 16). Este gesto tan potente, dar la vida, nos puede ayudar a querer servir a nuestros hermanos. Es también una forma de morir el tener espíritu de servicio. No debemos olvidar que el seguimiento de Cristo es algo muy concreto, no seguimos una idea sino a una Persona que debe transformar e iluminar nuestra vida y nuestra conducta.

En este tiempo de pandemia, de encierro, de cambios de rutina, todos hemos debido adaptarnos. Tal vez sea en nuestro hogar, con nuestro prójimo, con quienes debemos tener detalles de cariño en el servicio. Son infinitas las maneras de servir y de demostrar nuestro amor. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto” (Jn 12, 24), solo mediante la muerte se puede producir fruto abundante.

El año pasado la pandemia nos sorprendió y la Semana Santa no se pudo celebrar de la manera habitual. Este año la situación no ha cambiado mucho y, llenos de esperanza de que las cosas mejorarán, nuestros oficios no podrán celebrarse de manera ordinaria. A puertas cerradas y muy en familia deberemos acompañar a nuestros Señor en su Pasión, que culmina con la Resurrección. El desconcierto del sepulcro vacío se transforma en una alegría que nadie nos podrá arrebatar. Vivir hoy esa alegría que viene de Dios se transforma en una hermosa manera de servir a nuestros hermanos y a toda la sociedad.