Semana Santa


Así llamamos a una de las  52 del año, porque en ella se celebran los misterios de nuestra fe cristiana. Las demás semanas deben convertirse en santas por nuestra respuesta al llamado del Espíritu de “ser santos como el Padre Celestial es santo”.

Jesucristo se hizo hombre para redimirnos y la redención llevó consigo que diera su vida por nosotros, porque al decir de san Pablo “fuimos comprados a gran precio”. En la Semana Santa recordamos la “pasión, muerte y resurrección” de Cristo. Estos sucesos ocurridos el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección fueron precedidos por la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, rodeado del fervor de la muchedumbre y el odio de los escribas y fariseos. Con un borrico por trono llega Jesús entre hosannas al Hijo de David y al Rey que viene en nombre del Señor.

En Jerusalén celebrará -adelantándola a la tarde del jueves- la Pascua. Esa tarde instituirá la Eucaristía, con la que dejará a los suyos su presencia sacramental. Será el único sacrificio que tendrá el hombre para alabar y dar gracias a Dios, y que proporcione al hombre pecador la seguridad de que por él y “para remisión de sus pecados” se ha ofrecido. Con la Institución de la Eucaristía perpetúa Jesucristo al hombre la situación en la que nunca podrá decir con razón que está solo. El Enmanuel se perpetuará con el sacrificio de la Misa.  De ese sacrificio participamos por la Comunión y podremos tenerle siempre en los sagrarios de las iglesias.

Y el Viernes Santo a la hora en que sacrificaban los corderos, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo entrega su vida por el hombre pecador después de una larga pasión. Los soldados no le quiebran las piernas como a los otros dos que habían sido crucificados con Él, porque le vieron muerto, y sin embargo, el centurión le rasgó el costado con su lanza -directa al corazón-, lo que habría producido la muerte en caso de que Cristo estuviera vivo. Por la tarde del viernes es enterrado a última hora en un sepulcro que era de José de Arimatea, donde su cuerpo espera la resurrección. Él había anunciado varias veces que resucitaría al tercer día. Y eso ocurrió la madrugada del domingo.

Estos tres acontecimientos -Pasión, Muerte y Resurrección- se convirtieron en el núcleo de la predicación de los Apóstoles, y se llamó “kerigma” en la Iglesia primitiva.

Padre-CecilioPbro. Cecilio de Miguel Medina
Director Pastoral
Universidad Católica de la Santísima Concepción