En el n. 7 de la reciente exhortación apostólica Gaudete et exsultate el Papa escribe: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos… (…) Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad»”. Esta última enunciación se refiere a la obra inconclusa del escritor francés Joseph Malègue (1876-1940), Pierres noires. Les classes moyennes du Salut (Piedras negras. Las clases medias de la Salvación). Este autor fundamenta en Cristo la santidad de la clase media, lo que se muestra en su obra más famosa, la novela Agustín o el Maestro está aquí (1933), y en sus ensayos teológicos titulados Penumbras (1939).
En uno de sus ensayos teológicos contenido en Penumbras (1939) y que se titula: Ce que le Christ ajoute à Dieu (“Lo que Cristo añade a Dios”), compara, por un lado, “el Dios de la metafísica teísta” y, por otro, “esta figura de un Dios nuevo que la venida de Cristo ha levantado delante de nuestros ojos de carne”. Para Malègue “es por una añadidura ulterior infinitamente imprevisible que la venida de Cristo enriquece la idea pura y simple de Dios”. En Cristo, como diría Péguy, Dios no se ha quedado seulment Dieu, no se ha quedado sólo como un Dios, lejano del hombre. En Cristo, Dios se ha suplementado a sí mismo enriqueciéndose de la humanidad del hombre que para él es un provecho, no alguien opuesto a él. Se trata del admirabile commercium de que hablaban los Padres.
El interés de Malègue para este “Dios nuevo” se debe a su intención de mostrar la razonabilidad de la fe cristiana frente al positivismo. En Cristo “Dios se ha presentado al hombre en el terreno humano, sobre este terreno que exploran nuestros cinco sentidos(…) en esta posición que la inteligencia moderna considera especialmente como suya”. A este propósito, para mostrar la razonabilidad de la fe, Malègue insiste sobre la humanidad de Cristo, sobre su “extraordinario respeto para las condiciones terrestres”. En su obra Agustín o el Maestro está aquí escribirá: “También para Jesús son duras las piedras y pesados los maderos.
Trabajaba, y al trabajar sudaba”. No es el hombre quien debe probar la existencia de Dios, pues ha sido el mismo Dios quien la ha probado: esta prueba es la humanidad de Cristo que se ha mostrado capax hominis. Esta es la cristo-lógica que el Hijo ha manifestado en su encarnación y redención, y que fundamenta la fe cristiana: “Lejos de serme Cristo ininteligible si es Dios, es Dios quien me resulta extraño si no es Cristo”. Para Malègue, Dios sería extraño al hombre (al hombre positivista que confía sólo en la experiencia sensible) si no fuera capax hominis, si su humanidad no fuera la de la santidad de la clase media de todos los hombres.