Un político dice: “aquí hay una tan amplia variedad de reivindicaciones que no existe una demanda social como tal, sino demandas individuales sumadas”. La encargada de representar a unos laboratorios farmacéuticos dice en Mega: “Es tan complejo abordar una regulación de precios que resulte justa para todos, que requeriría un proceso tan amplio y gradual…”. Otro grupo político entero insiste en que la gente lo que quiere es “participar del modelo, de sus frutos, y lo que habría que hacer es darle alguna participación”. En fin, ejemplos hay muchos ya a estas alturas de la situación. En todos esos planteamientos, el común denominador es un intento de “domesticar”, es decir, manipular y apropiarse de las reivindicaciones sociales para mover lo menos posible el “status quo”, y afectar lo menos posible a quienes ya lucran del así llamado “modelo”. Para domesticar de esa manera, se necesita una retórica que permita enredar las demandas y volverlas inútiles. Una forma es la que estamos viendo en los paneles de “expertos”: la retórica de la complejidad.
La retórica de la complejidad –que por supuesto nadie reconocerá que la está usando- consiste en tratar de persuadir a la audiencia de que se está haciendo algo importante (y se hacen cambios y se mueven papeles y si es necesario “se zapatea y se baila”, y se ponen caras según sirva al momento, etc.) que “probablemente” les beneficiará, pero como todo es tan amplio y tan complejo y tan difícil, la gente debe extender, y según tales retóricos/as es absolutamente necesario que la gente lo haga, ampliar la línea de crédito de confianza, porque esta vez sí que estamos haciendo la pega (no importa para quién, pero la estamos haciendo), sostienen.
Si se mira bien, la estrategia consiste en utilizar dos formas de argumentar para finalmente “ningunear” a la gente común. Se trata de utilizar la dialéctica (que consiste en argumentar sobre cosas probables para gente muy informada) como arma retórica (que consiste en argumentar para persuadir a una audiencia no debidamente informada) para enredar y neutralizar el movimiento social. Se trata de insistir en que todo es tremendamente complejo y difícil, y se dan argumentos de mil tipos, cuyo contenido no interesa defender, sino que se busca convencer con ellos de que lo que se promete o com-promete es todo lo posible, y no hay más. Si la retórica, además de utilizar esta estrategia de apabullar con una dialéctica “aparentemente súper, tremendamente informada y técnica”, se vale suplementariamente de la sofística, tiene el golpe perfecto de “knock out”, para dejar fuera de combate a cualquiera. Pero esto no funciona con aquellos que ya son capaces de percibir la intención sofística de esa retórica, y rechazan la adulación y el engaño. La sofística es un suplemento muy peligroso y amenazante, y un gran mal para la vida política del país.
En este “gallito” de fuerza se verá qué puede más, si los intereses de quienes ya lucran y se benefician del “Status quo”, o las convicciones de cambio que postula el movimiento social (no los partidos políticos). Es clave que el movimiento social logre mantenerse firme, y consiga una formulación común cada vez más clara y un discurso que articule todas las demandas como interrelacionadas.