¿Qué es la Navidad?


No sólo de Pan vive el Hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios (Dt 8,3)

En las ya casi dos décadas de este nuevo milenio, tras la aparente caída política y económica del marxismo (que sigue vivo culturalmente), y la hegemonía “de facto” del modelo capitalista en el mundo (incluida China en la práctica), el descomunal cambio cultural materialista y ateo (si bien hoy muchos prefieren usar “agnóstico” de manera equívoca) ha mostrado sus durísimas consecuencias sociales: el bienestar de algunos está sustentado sobre la marginación, el abuso y la exclusión de muchos. Como bien señaló Adam Smith (y Karl Marx no estaba lejos de eso tampoco), la economía ha de administrar el egoísmo. ¡Y vaya que sí lo ha logrado! Muchos bautizados han pensado que basta con una fe teórica, mientras se entregan ávidamente a un ateísmo práctico, aferrándose a la seguridad y disfrute material a cualquier precio.

¿Qué puede traer la Navidad a este mundo? También hoy y en este contexto actual, la Navidad nos trae la única salvación del mundo. Estoy seguro que acabo de sacar en mis lectores más de una sonrisa. Pero pensemos: ¿Qué es la Navidad? La fe cristiana confiesa que Dios se hace hombre y nace como un niño pobre, Jesús de Nazaret, en una familia judía pobre y en una Palestina dominada por un imperio implacable. En ese tiempo “envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley”, dirá san Pablo a los Gálatas (cristianos celtas), es decir, Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios y nace como verdadero hombre y judío (un pueblo de gran identidad, pero muy marginal a la marcha del gran imperio). En medio de ese contexto, Jesús anuncia la salvación a los pobres y excluidos de la tierra. ¿Era acaso mejor la situación de la gente en aquel momento histórico en que nació Jesús? ¡De ninguna manera! En medio de esa situación socio-histórica y cultural, Jesús les anuncia que Dios está en medio de ellos, liberándolos. Y llama a que lo sigan en su camino de vida: “ámense unos a otros como yo los he amado”. Ese camino lo lleva al rechazo de los líderes de su pueblo y a morir en la cruz romana. Sus discípulos huyen todos. Pero unas semanas más tarde lo proclaman resucitado. Y de cobardes y miedosos, de pronto se vuelven valientes y dan la vida por ese testimonio: lo que Jesús promete es cierto, es verdad. La resurrección de Jesús es el sello de sus promesas y de la fe en él.

La Navidad de Jesús, así como su amor no tienen nada de romanticismo barato ni de opio para ingenuos. El mal en el mundo es algo muy serio y mata. Jesús muestra que Dios ama intensamente y sin reservas, particularmente a los pobres y excluidos, a mujeres y niños, a enfermos y ancianas, a todos a quienes la sociedad mira con indiferencia y menosprecio. Y los llama a amarse unos a otros. Sí, amarse desde su pobreza y exclusión, y a cuidar unos de los otros con amor y generosidad. Odiar en medio de una situación así es muy normal y comprensible, amar allí mismo en medio del dolor y la exclusión es, en cambio, un don sobrenatural, es un amor que da vida y esperanza. La Navidad de Jesús es el evangelio de los pobres, el único evangelio que existe, y anuncia que Dios es uno de ellos, y que el futuro de mundo, el único mundo que existe, el que Dios ha creado, es para ellos. El amor mutuo de hermanos entrañables es el camino. Hoy muchos llaman a esto solidaridad, pero se quedan cortos. El amor de Jesús es mucho más potente y eficaz. Jesús no pide nada, y lo da todo, hasta la cruz. Ese amor no tiene nada de ingenuo, nada de opio, es real, histórico y eficaz. Realmente vivió y murió haciendo el bien a los pobres y excluídos (Hch 10,38). Eso creemos los cristianos y eso celebramos en Navidad: que Dios está con nosotros y a favor del que sufre. En medio del dolor y la violencia, sólo el amor fraterno de Jesús salva, se pone manos a la obra y cuida del hermano caído. Ante un mundo que se conforma con administrar el egoísmo, Jesús mueve a cuidar de los excluidos por ese mismo egoísmo, a verlos como lo que son, verdaderos hermanos nuestros, y a amarnos con generosidad, ayudándoles a vivir mejor y a crecer en Paz. Los discípulos de Jesús han sido llamados a la fe en Jesús para llevar adelante esa fraternidad humana. Dios abre en Navidad la esperanza y la fe concreta en un mundo más humano capaz de trascender hacia una vida nueva y un mundo nuevo donde la voluntad de Dios reina, voluntad de amor fraterno, voluntad de justicia fraterna, voluntad de Paz que obra el Bien para todos. Esta es la promesa de Jesús: “Busquen el reino de Dios, y todo lo demás se les dará por añadidura”.