¿POR QUÉ? O ¿PARA QUÉ?


Para la primera pregunta podemos encontrar algunas respuestas desde cada uno de los medios con que contamos para alcanzar la verdad –razón y fe-, pero es poco  probable que esas razones que pudieran tranquilizar la razón consigan dar paz al corazón. Cuando escuchamos que algo material siente que el puro paso del tiempo lo va desgastando, o que el hombre siendo una criatura que le salió buena  a Dios en su empezar a ser,  eligió mal en sus primeros momentos y en él está el origen de todos los males, salta en nuestros “sentimientos”, por lo menos, la idea no fácil de entender de que pudiendo evitarse estas limitaciones no se hiciera. No nos convence que en el gran don dado al ser humano, la libertad,  estén estas razones. Explicaciones más teológicas satisfacen menos a cuantos carecen de fe. La misma definición que nos entregará el Concilio Vaticano II de la muerte: máximo enigma de la vida humana, quizás avale estas dificultades para respuestas tranquilizadoras al “¿por qué?

Y lo afirmado es  tanto para creyentes como para agnósticos o ateos; por eso, encontramos algunos que  colocan en su carencia de fe la excusa de su no comprensión de las razones. La absoluta referencia al ser que consideramos superior de que tiene que tratarse de un ser bueno, y que quiere el bien, nos incapacita para imaginarnos a quien consideramos ser supremo, que no sea capaz de evitar lo que llamamos malo. Y la muerte lo es; y la desaparición de alguien a quien queremos lo es, porque además va acompañado por tanto dolor como se produce en torno a tales acontecimientos; y el dolor es un mal.

Por eso, pensamos que es mejor hacernos la pregunta del PARA QUÉ, ante acontecimientos de no fácil aceptación. Desde el ángulo de la fe cuadra mejor con la enseñanza de un Dios providente, que porque respeta la libertad entregada, permite sucedan cosas que ese “elegir mal” causaron. Y además producen siempre bienes, que hoy no podemos apreciar o nos cuesta calificar así. Por volver a expresiones aludidas en estos momentos que sufre el país, y en los que se asoman referencias a lo que está en sus manos: los milagros, nos acordamos de aquellas hermanas de Lázaro que le espetan al llegar: “Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Ellas mismas aplauden un milagro mayor que curar a su hermano: resucitarle después de cuatro días enterrado. Detrás de cuanto ocurre está a quien no se le escapa nada. Conseguir saber qué nos querrá decir Dios con esto que permite, y que a la hora de  buscar causas del desastre esperamos que no se le incluya, es lo más prudente por ser lo más esperanzador. Estamos acostumbrados a reconocer y cosechar los bienes de tanto mal como nos rodea en el país. Y aplaudimos todos ver cómo nos unimos más, y nos acercamos al otro, aunque sólo sea para que sienta nuestro hombro en momentos en que se le cae la cabeza. Sacar las grandes lecciones que hay detrás de cuanto ocurre es tarea de todos. Las seguridades que nos parecía encontrar en el poder o en el tener, descubrimos que son solamente aparentes, cuando no engañosas. Hace unos días celebramos la fiesta de san Agustín de quien es la idea de hacerlo todo como que todo dependiera de nosotros, pero pedirlo todo, pues todo depende de Dios. A uno de los desparecidos estos días, Felipe Cubillos, debemos estas palabras: “…al mar y al viento nunca trates de vencerlos ni menos desafiarlos. Llevan todas las de ganar…”

Cecilio de Miguel Medina
Director de Pastoral
Universidad Católica de la Santísima Concepción

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