San Pablo ha hecho la afirmación más decisiva acerca de la relación fe & cultura, cuando ha hablado del “pensamiento de Cristo” (1 Co 2,16).
El “pensamiento de Cristo” es el pensamiento del Padre: para Cristo no existe la “divinidad”, lo “divino”, la “paternidad”, el “ser divino”, el “amor de Dios”; para él existe el Padre. Cristo, en el evangelio de san Juan habla 115 veces del Padre. Para Cristo, Dios es Dios porque es Padre; y es Padre porque tiene un Hijo, él (genitus non factus: Concilio de Nicea, 325), que es Hijo porque heredero. Cristo es el heredero (en la parábola, los viñateros asesinos dicen: “Matémoslo, es el heredero”: Mt 21,38), pues “el Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano” (Jn 3,35). Todo es de Cristo. El Hijo se ha hecho hombre, ha venido “entre los suyos” (Jn 1,1), ha venido en su propiedad que son los hombres, para rescatar esta propiedad suya después que había perdido esta posesión a causa del pecado original del hombre.
Rescatando los “suyos”, Cristo nos ha hecho hijos, es decir, herederos: “Si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo” (Ro 8,17). Somos herederos sólo si pertenecemos a Cristo: “Si pertenecemos a Cristo, somos descendencia de Abraham, herederos” (Gal 3,29).
El Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo nos hace pertenecer a Cristo, no permite que superemos a Cristo, que vayamos “más allá” (2 Jn 9) de Cristo, como si Cristo fuera una etapa intermedia. No hay ninguna época del Espíritu Santo que seguiría a la del Padre y del Hijo (lo que quería Joaquín de Fiore): “Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí” (Jn 15,26).
Por el Espíritu de Cristo, los cristianos pertenecen a Cristo, el heredero y, por eso, “heredarán la tierra” (Mt 5,5). En este punto se injerta la decisiva importancia de la cultura nueva que nace de la fe por la acción del espíritu de Cristo que “se une a nosotros” (Ro 8,16), porque, como escribe san Pablo, “la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad (…) y espera ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto” (Ro 8, 19-22).
La cultura cristiana nace del cristiano, del “hombre nuevo”, del coheredero, que reconoce, que testimonia, por gracia, que todo es de Cristo, que todo pertenece a Cristo: “Todo es vuestro: el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es vuestro; y vosotros, de Cristo y Cristo de Dios” (1 Co 3,21-23). Como dice Cristo, el Espíritu “dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio” (Jn 15,26). La cultura nueva es el testimonio dado por los cristianos de que todo es de Cristo.
Este testimonio manifiesta que la cultura nueva que genera la fe, es “católica”, abraza toda la realidad, toda la herencia de que Cristo nos ha hecho coherederos: es la “recapitulación” (Ef 1,10) de toda la realidad según el “pensamiento de Cristo” (1 Co 2,16). En efecto, Cristo “da el Espíritu sin medida” (Jn 3,34): Cristo no quiere generar comunidades, sectas, “grupos” cristianos encerrados y que se auto-contemplan.
Por eso, san Pablo dice que si la fe no genera esta cultura nueva, “católica”, si la fe no abraza la realidad entera según el “pensamiento de Cristo”, apagamos la obra del Espíritu Santo, del espíritu de Cristo, la Pentecostés: “No extingáis el Espíritu; examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1Ts 5,19; 21). La cultura nueva que nace de la fe, ante todo, “examina todo” (omnia autem probate), se interesa por toda la realidad de la que Cristo nos ha hecho herederos (realidad con sus distinto ámbitos: política, economía, arte, trabajo, educación, etc.); y, al mismo tiempo, todo lo critica (quod bonum est tenete), es decir, lo compara y lo juzga con el “pensamiento de Cristo” para crear un universo, una ciudad (civitas), una societas de beneficios para todos los hombres. El “universo” no es el de las estrellas; el “universo” es la realidad que, en la societas Iesu, empieza a tener un único sentido, es uni-versum: todo lo que el cristiano vive, está vuelto (versum), recapitulado según el único (uni) pensamiento de Cristo. La cultura nueva que nace de la fe testimonia el inicio de la civitas Dei (san Agustín) de la “Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que baja del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo” (Ap 21,2). La cultura nueva que nace de la fe es un uni-versum de una belleza incomparable.
Pbro. Dr. Agostino Molteni
Instituto de Teología
Universidad Católica de la Santísima Concepción