A 12 semanas de iniciado el confinamiento por COVID-19, cerca de cinco millones de niños y jóvenes estudiantes y que asisten a establecimientos educacionales de algún nivel o modalidad de enseñanza del país, han permanecido aislados en sus hogares viviendo una experiencia extrema y radical para la cual no estaban preparados, formalmente. El encierro prolongado por mas de setenta días, ha mostrado uno de los rostro menos agradable de la existencia humana, pues constituye una condición física y mental inesperada y desequilibrante de la existencia, no prevista curricularmente. Como, para muchas cosas que ocurren en el mundo, para esta tampoco estábamos preparados, no obstante que la humanidad ha vivido experiencias más duras en el pasado, pero las ha superado. Hemos olvidado aprender a ser y a convivir.
En el plano escolar, todo el sistema se verá enfrentado a resolver tres importantes desafíos, los que resueltos con creatividad y sentido público (humanitario), reflejarán también nuestra capacidad para adaptarnos a estas nuevas realidades y, al mismo tiempo, alcanzar niveles de desarrollo humano mejores (calidad de vida).
En primer lugar, el problema sanitario emerge con apremiante urgencia pues se precisa una nueva política pública que garantice mejores condiciones sanitarias y seguridad para estudiantes, docentes y asistentes de la educación. Los establecimientos educacionales deberán elevar sus estándares de calidad en infraestructura, densidad escolar y bienestar humano. Además, capacitación en salud, higienes y seguridad a toda la comunidad.
Un segundo desafío, es el tecnológico, lo que significa disponibilidad de aparatos, uso de aplicaciones, conectividad y velocidad en todos los establecimientos educacionales y de estos a los hogares (internet fijo). Chile ocupa el lugar 97 en el mundo en velocidad de internet. En América Latina el lugar 12, lejos de Uruguay que ocupa el primer lugar. Se ha de acometer el desarrollo de políticas públicas orientadas a la conectividad absoluta, pues no corresponde al mercado regular este servicio, pues hoy se ha constituido en un bien público. El servicio en Chile es caro y de mala calidad, según lo muestran estudios reciente.
Finalmente, el tercer desafío es formativo. Es menester replantearse los fines educacionales bajo los cuales han sido concebidos e implementados los currículos escolares, pues las condiciones de vida humanas actuales, ambientales (naturales y sociales), y variantes comunitarias complejas (migraciones, multiculturalidad, densidad poblacional), etc. obligan a concebir itinerarios formativos próximos a los contextos reales de las personas, diseñar currículos flexibles, de menor extensión y sin gradualidad de contenidos. Seguir con un curricular nacional estandarizado con el único propósito de medir (y gastar) para comparar y sin que ello redunde en mejoras sustantivas no tiene sentido. La excesiva burocratización del sistema educacional unida a una categorización piramidal de docentes, lo único que hacen es profundizar la ya agotada desigualdad educacional. Ya no se puede (ni debe) aumentar más la desigualdad del sistema escolar. Hace mas de una década que los datos del Simce muestran la misma realidad y nada se hace para disminuir. Ha llegado la hora de hacer cambios sustanciales al modelo tecnocrático, imprimirle un selo ético-moral y orientarlo a las dimensiones vitales de la persona humana.