La Navidad es una fecha tan significativa para el mundo cristiano, en la que se respira un ambiente especial, donde priman la cercanía, la amistad, la paz, y que irradia más allá de las fronteras creyentes. Navidad es un espacio que permite que florezcan los sentimientos más nobles, sentimientos que se concretan en multitud de iniciativas y actividades solidarias en las que el denominador común es dar, más aún, dar de sí. El dar algo material va acompañado con el dar cariño, prestar atención al otro, darse tiempo para escucharlo. Es salir de sí mismo para atender las necesidades de otros.
En estos tiempos en que la sociedad celebra la Navidad sin Jesús, es necesario recordar que esta fiesta tan extendida en nuestro mundo es específicamente cristiana, pues celebra el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre en el vientre de María. Y lo remarco así, porque en nuestros días, en los que se insiste tanto en el retorno a las raíces, se olvidan con tanta facilidad las raíces cristianas de nuestra cultura.
San Pablo en Filipenses 2,6-8 dice: “El cual, siendo de condición divina, no reivindicó su derecho a ser tratado igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre, se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz”. El Hijo de Dios para poder “humanarse” tuvo que “abajarse”, abajamiento que se conoce con el nombre técnico de kénosis. En este texto de Filipenses aparece una kénosis doble, que es a la vez doble paradoja: por una parte, Dios el creador, en Jesús se convierte en su opuesto, en creatura; por otra parte, al hacerse hombre se hizo el último de los hombres al padecer la muerte de cruz, la forma más humillante de morir en ese entonces. Y todo esto lo ha hecho en favor nuestro, para lograr nuestra salvación.
Este amor radical e incondicional de Dios por nosotros es lo que celebramos en el nacimiento de este niño en Belén. Es el Dios paradójico que no actúa en lo pomposo sino que vaciándose de sí se hace pequeño y débil como nosotros, para poder acompañarnos y rescatarnos desde lo más profundo de nuestras miserias. Éste es el gran regalo que hemos recibido y lo que nos impulsa a regalar y a regalarnos.