Durante el mes de enero de 1948 se promulgó en Chile la ley que concedió a la mujer el voto político, es decir, el derecho a sufragar en las elecciones presidenciales y parlamentarias.
El origen remoto de esta participación electoral se encuentra en un decreto ley nunca aplicado en el primer gobierno del General Ibáñez.
En términos efectivos es la ley 5.357 de 1934 la precursora en aprobar derechos políticos femeninos permitiendo el sufragio y el derecho a ser elegida en comicios municipales.
Desde ese año diferentes grupos femeninos donde destaca entre otros el MEMCH (Movimiento por la Emancipación de la Mujer en Chile) con el liderazgo de Elena Caffarena y Flor Heredia, colocaron en el tapete político la demanda por ampliar los derechos políticos de la mujer.
Abierto el debate en el parlamento surgirán diferentes reservas a la idea y una de ellas se refería en la época, al hecho real de la fuerte dependencia de la población femenina con la Iglesia Católica y la innegable relación que existía entre esta Iglesia con el partido conservador.
Sin embargo, la legitimidad y justicia de la demanda superará todas las reservas y obstáculos presentados y durante el gobierno de Gabriel González Videla, quien impulsó decididamente esta aspiración, se aprobó la ley 9.292 que permitió a la mujer elegir y ser elegida en todas las elecciones políticas.
Sin duda este acto consolidó la democracia nacional, hizo justicia a la mujer y permitió, en el caso de nuestra región, elegir a la primera diputada del país, la penquista Inés Enríquez Frodden.
Mucha agua ha corrido bajo los puentes y resulta evidente que el paso concretado en 1949 abrió la puerta a una participación femenina en el quehacer de la sociedad que les ha permitido ocupar las más altas funciones del Estado.
Evidentemente queda camino por recorrer para que la mujer pueda alcanzar su total realización personal y la forma civilizada y consensuada con la que concretó su aspiración ciudadana indica un camino a seguir, alejándose de radicalismos y métodos donde el conflicto adquiere un protagonismo que termina obstaculizando un logro legítimo.