Mes de María y renovación de la Iglesia


Mes de María y renovación de la Iglesia
¿Ud. ha participado del mes de María? ¿Lo está haciendo este año y los años anteriores?

El fin de semana un ser querido me comentaba los lindos recuerdos que tenía del Mes de María. Casi con nostalgia me decía que hace muchos años que no lo celebra. Quizá a Ud. le pasa igual. Esa persona me comentaba que lo hacía en su época del colegio y luego en la universidad, lo celebraba a las 7 de la mañana y la motivación, además de la fe, era que lo hacía en tiempos de exámenes…para que le fuera bien. Quizá muchos de nosotros lo hemos celebrado movidos por esa u otras motivaciones, cada uno sabe. Probablemente, también, con el pasar de los años muchos han dejado de hacerlo, ya sea por falta de tiempo; porque no hay un lugar cerca; por crisis de fe; por desilusión con la Iglesia; o por tantas razones que podamos tener.

Yo con humildad, si hace mucho que no lo celebra, le hago una invitación ¡vuelva a celebrarlo! Estoy seguro de que si está leyendo esta pequeña nota es porque aún está por ahí una lucecita que, si le coloca una motivación, hará que vuelva a reunirse con otros (familia, comunidad) a orar junto a María.

Le propongo una motivación especial en este tiempo que vive la iglesia católica chilena. Si vamos a los Evangelios y a los Hechos de los Apóstoles se encontrará con un misterio maravilloso: Siempre en los orígenes de la obra de Dios, con la que nos sorprende con una buena noticia, con un movimiento en el que Él nos comunica su vida, tenemos los siguientes protagonistas: Su Hijo Jesús; el Espíritu Santo y María (“una de nosotros”).

En la anunciación (cf. Lucas 1, 26-38), en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, se nos muestra que en el comienzo de la buena noticia de la presencia de “Dios con nosotros”, hay dos “sí”: el del Padre y el de María. Y que este comienzo no es posible sin el protagonismo del Espíritu Santo, quien es realmente quien mueve y agracia. En la Cruz (cf. Juan 19, 25-27.30) está Jesús y nos entrega su Espíritu y a su Madre. En el comienzo visible de la Iglesia (Hechos de los Apóstoles 1, 12-14; 2, 1ss.) nuevamente está el Espíritu Santo y María. La familiaridad de María con el Espíritu Santo, como la llena de gracia; con Jesús, como su Madre; con la Iglesia como discípula y madre de la fe, nos muestran una constante en el Plan de Dios.

María no sólo es discípula, sino que, de alguna manera, es testigo y garante de que la obra de Dios se realiza. Ella, movida por el Espíritu Santo, alienta a los discípulos a ser fieles a Jesús y a perseverar en la oración. Ella como madre de Jesús y madre nuestra nos cuida y enseña a cuidarnos los unos a los otros. También nos enseña a descentrarnos: a vivir el amor fraterno, a ponernos en camino y al servicio del evangelio transformador y liberador; nos muestra una fe sana, participativa, comunitaria, comprometida y madura.

En estos tiempos en que somos más conscientes de nuestra fragilidad y de la necesidad de conversión, como también, de la necesidad de cuidarnos los unos a los otros, volvamos a los orígenes. Dejémonos testimoniar por María. Participar del mes de María es una manera hermosa de hacer presente que Dios Padre es siempre mayor a nuestras miserias, que ser discípulos del Señor Jesús nos cambia la vida, porque nos amó primero y nos miró con misericordia y que, si dejamos actuar al Espíritu Santo, él renueva todo, nuestra vida, nuestra comunidad, nuestra Iglesia. El mes de María es tiempo propicio para renovar la fe y para pedir que Jesús sea verdaderamente el centro de nuestra Iglesia.