Recientemente leí en La Tercera un texto que me permitiría deducir, inferir, intrapolar, interpretar -y unos cuántos sinónimos más-, algo así como que en Chile no se miente o, mejor dicho, y para tratar de ser más exacta, algunas personas no mienten: Se “cuenta una historia para buscar una solución”.
Una lee incrédula toda la perífrasis y eufemismos utilizados para justificar hechos y acciones, y si no fuera porque en algún momento de la vida nos enseñaron que una mentira es siempre una mentira, por muy piadosa o blanca que ella sea, estaría tan confundida como un niño sin criterio alguno para discernir entre el bien y el mal, puesto que el maligno relativismo, producto de la democracia, permite el uso y abuso de los modernos cristales, ésos que posibilitan mirar desde la perspectiva del ojo de la mosca, por aquello de que “todo depende del cristal con que se mire”.
“Miente, miente que algo queda”, dijo un pensador (¿o quiso decir otra cosa?) en el siglo pasado y, al parecer, se le ha obedecido cegatonamente. Así se practica el eufemismo, nihilismo y cinismo, y nosotros cómodamente asistimos al solemne espectáculo: “Total ése no es mi problema, así se estila actualmente”; “en boca cerrada tampoco entran moscas”, y todos callamos, agrandando la complicidad con intereses que nos son totalmente ajenos.
¿Habría que proponer entonces a la Real Academia Española que se haga cargo de este “nuevo concepto” sobre la mentira, como un creativo aporte chilensis provisto de una dinámica variación, desde su significado original, a las acomodaticias conveniencias personales carentes de toda ética?
Violeta Cáceres
Escritora y profesora de Biología y Química
Encargada de la Sala de Conferencias y Exposiciones UCSC
V.C.