Muy queridos hermanos y hermanas en el Señor ,
Por este medio, siento el deber de dirigirme a Ustedes, abriéndoles de par en par mi corazón y comunicarles, personalmente, que el Santo Padre Benedicto XVI, me ha pedido asumir una nueva misión pastoral en la Iglesia de Chile. Hoy, oficialmente, la Santa Sede dará a conocer mi nombramiento como nuevo Arzobispo de la Iglesia de Santiago. Se trata de un gesto de paternal confianza de parte del Santo Padre, un gesto al cual solo cabe responder con una pronta obediencia filial, reconociendo en él al Sucesor de Pedro, a quien el Señor Jesús confió la misión de apacentar la Iglesia Universal.
Agradecido al Santo Padre, asumo tan grande y grave responsabilidad con la fe puesta en Jesucristo que me llamó y me consagró como ministro suyo, y con la decisión de responderle fielmente, apoyado únicamente en su gracia divina, y amparado por el auxilio de María Santísima, madre y maestra de la Iglesia.
Como hermano, padre y pastor, les confieso que no me ha sido fácil discernir el querer de Dios y abandonarme, confiadamente, a su santa Voluntad. Una vez más, sin embargo, «el ven y sígueme» de Jesús, me ha interpelado y me ha dado la confianza de decirle: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero»; «En tu palabra echaré las redes».
No desconozco la enorme desproporción entre la llamada apostólica que me ha sido confiada y la fragilidad de mis cualidades y fuerzas personales. Les confieso que, inicialmente, la petición del Santo Padre me dejó desconcertado. Sentí muy mía la experiencia y la súplica de Pedro pecador a Jesús: «Apártate de mi, Señor, que soy un hombre pecador». Sin embargo, me llenó de paz la promesa del Resucitado: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Por eso, hermanos y hermanas les pido que, con su oración, me ayuden a crecer y a vivir, cada día, en la fe de Aquel que me amó y se entregó por mi.
Los cuatro años pasados entre vosotros, en esta amada Iglesia de la Santísima Concepción, han sido un don y un privilegio maravilloso de parte de Dios; una gracia que nunca sabré agradecer convenientemente. El 11 de marzo de 2007, día en que inicié mi ministerio episcopal en Concepción, prometí a Dios que, a partir de ese momento, mi vida habría sido gastada enteramente por esta Iglesia, especialmente por los más pequeños y los más desamparados. No me han faltado ocasiones para poner en práctica lo prometido y, día tras día, he procurado hacer verdad esa promesa. Para todos, sin distinción, he buscado ser hermano, padre y amigo; una imagen sencilla de Jesús Buen Pastor, cercano y comprensivo; un signo humilde del Señor Buen Samaritano, dispuesto a detenerse e inclinarse ante toda miseria humana: una tarea enorme y desafiante. Por eso, al concluir mi misión, les pido perdón por las veces que he sido incoherente o lento en cumplir lo que prometí ante Dios. La oración que diariamente elevo por todos Ustedes, supla mis deficiencias y cobardías, los consuele y los aliente.
El Santo Padre ha tenido la bondad de nombrarme Administrador Apostólico de la Arquidiócesis, hasta el momento en que asuma el nuevo Arzobispo. Por consiguiente, tendré aún variadas ocasiones para encontrarme con Ustedes, para agradecerles y despedirme. No puedo, sin embargo, terminar este mensaje sin expresar mi viva gratitud al Obispo Pedro Ossandón B., el providencial auxilio que el Papa ha puesto en mi camino pastoral, a los sacerdotes que han colaborado estrecha y lealmente conmigo en la animación pastoral y en el gobierno de la Arquidiócesis, a los Presbíteros párrocos y vicarios, a los Diáconos Permanentes, a los Consagrados y Consagradas ya los miles de Laicos y Laicas presentes, con laboriosidad y celo apostólico, en el tejido vivo de la Iglesia Arquidiocesana de la Santísima Concepción. El Señor bendiga a nuestros seminaristas y a sus formadores y los confirme con el don de su elección. Para todos, infinitas gracias. El Señor sea su abundante recompensa.
Mirando los desafíos del futuro, nos animen las palabras de la Virgen de Guadalupe a san Juan Diego: «No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás, por ventura, en mi regazo?».
La Arquidiócesis está confiada al cuidado materno de la Inmaculada Concepción. Con su auxilio y protección, caminen como discípulos y misioneros de Jesucristo, anunciando su proyecto de vida plena para todos.
Con afecto de padre y pastor, los saluda y bendice,
+ Ricardo Ezzati A. sdb
Arzobispo electo de Santiago,
Administrador Apostólico de Concepción
M.R.E.