El medioambiente es determinante en el desarrollo de ciertas enfermedades, incluso en algunas que desconocíamos su íntima relación con las condiciones socio-sanitarias y de polución que pudieran reinar.
Un estudio publicado por la revista médica Lancet en Enero de este año, titulado Worldwide trends in blood pressure from 1975 to 2015: a pooled analysis of 1479 population-based measurement studies with 19·1 million participants, concluye que son gatillantes directos de hipertensión arterial, enfermedad que produce una de cada ocho muertes en el mundo, la contaminación del aire, la exposición al plomo y el ruido. Por lo que sólo el cambio de estilo de vida y el manejo farmacológico podría no bastar para tratar en forma efectiva a estos pacientes.
Esto me lleva a pensar en todas esas localidades que están diariamente expuestas a la descarga de grandes cantidades de emisiones contaminantes a la atmósfera, como la ciudad de Coronel, la que fue declarada zona saturada dada la “importante concentración de industrias y de centrales de energía que se han localizado en diferentes lugares al interior de la zona urbana“ (Fuente: www.ecoronel.cl).
¿Por qué esta población ha de cargar con todos los riesgos que implican estos procesos productivos y con poco o nada de sus beneficios en su salud? Cabe señalar lo patente de esto con los casos de niños que en su sangre fueron encontradas grandes concentraciones de Cadmio, Níquel, Mercurio y Arsénico. ¿Es justo para la población actual? ¿Y las futuras generaciones?
La epigenética tiene la respuesta. Ésta disciplina estudia los cambios en la expresión de los genes que no obedecen a modificaciones en la secuencia de ADN y que son heredables. Nos dice que las condiciones de vida, por ejemplo, la calidad del aire que respiro, la pureza del agua que toma mi familia, el sistema educativo en que inserto a mis hijos, el tipo de alimento que consumo, afectan directamente los mecanismos reguladores de la expresión de genes, y que pueden al mismo tiempo causar alteraciones epigenéticas que se traspasarían de generación en generación, por lo que el daño no sólo quedaría en mí, sino que también para los hijos de mis hijos.
Miopía en la planificación ambiental, pensamiento cortoplacista y egocéntrico, acarrean por lo descrito merma en la salud para esta generación y para las próximas en nuestra región del Biobío.