Porque son muchos los jóvenes que se excluyen y a quienes excluimos de la estereotipada e irreal frase: “los jóvenes no estamos ni ahí”. Se excluyen los que miran a su alrededor y descubren tantas manos tendidas en espera de cosas, buscando compañía, o sintiéndose importantes porque alguien les quiere. Esos miles de jóvenes a quienes no importa tanto el viento, el frío o el calor que les espera en sus tareas de servicio como el acercar soluciones a los problemas envolventes. Se excluyen aquellos que responden siempre cuando les golpea la desgracia ajena o la necesidad descarada del hambre o del abrigo. Esos jóvenes de noches de carrete callejero en solícita búsqueda de estómagos vacíos o manos y pies ateridos que se sienten agradecidos a la manta calentita o al cafecito degustado con fruición.
La necesidad ajena encuentra siempre atención en esos jóvenes generosos que sacrifican sus vacaciones de verano e invierno, o momentos de descanso o diversión en tantos fines de semana. Esos jóvenes que combaten los problemas con el optimismo, pues comprueban que son los más recompensados en esos ratos de oración que les relaja. Cuando la vida se ha convertido en canción sienten que sus corazones hallan siempre razones para seguir acercando su aporte en servicio y compañía. Esos jóvenes están ahí; y son muchos, aunque a veces parecieran más porque es mayor el ruido y estruendo de lo que se rompe los que siguen diciendo “no estoy ni ahí”.
Cuando se vive entre jóvenes también excluimos de esa frase a muchos. A veces ofertamos tareas, y casi siempre tenemos que frenar el ardor joven para que cuide no ser imprudente. Ellos son audaces. No es necesario “tirar” de ellos con frases célebres como el “per aspera ad astra”. Detrás de las dificultades de cualquier ascensión aguarda siempre el premio reservado a los valientes. Llegarán rotos por el cansancio, pero convencidos que “comenzar es de todos”, mientras que terminar es de los heroicos o de los santos. Y cuando veíamos una Plaza de Armas penquista atiborrada de personas que querían dar el último “adiós”, a los cuerpos destrozados de seis de esos que siempre estaban ahí, o se mascaba el silencio entrecortado de una Catedral llena como en sus mejores momentos, donde se rezaba por las almas que poníamos en las manos de Dios llenándolas de premios, estábamos ante una comunidad sobrecogida admirando a esos héroes que estaban siempre ahí.
Hay muchos jóvenes con corazón grande y que se agranda cuando las necesidades ajenas se multiplican. Esos jóvenes generosos, pero no de ocasión que golpea, sino dispuestos a llenar el mundo de canciones cuya letra y música tienen mucho de lo angélico: cantar y ayudar a cantar es extender la sonrisa que abarca a muchos más en cada círculo. Los jóvenes están siempre ahí cuando se les muestra cómo se enriquece el que reparte. A jóvenes como JUAN PABLO, CONSTANZA, ANTONIO, LAURA, JORGE Y FRANCISCA, porque siempre estaban ahí, les imaginamos en el cielo, con el que Dios premia a los esforzados.
Pbro. Cecilio de Miguel Medina
Director de Pastoral
Universidad Católica de la Santísima Concepción