La vocación en el agente de la salud


Quisiera introducir la pregunta que realiza Schopenhauer en su ensayo sobre el fundamento de la moral, la cual nos puede dar luces de la vocación en los agentes de la salud. Esta incógnita nos interpela: ¿cómo es posible que un sufrimiento que no sufro yo, ni me concierne, me afecte de inmediato como si fuera mío, y con tal fuerza que me lleve a la acción?

El agente de la salud vive esta realidad en forma diaria, la cual lo llama a actuar a favor del que sufre y que va mucho más allá de lo meramente conceptual. Lo trae a la vida la o el TENS que busca el mayor beneficio para su paciente que necesita cuidados, o la enfermera o enfermero que sin descanso vela por sus pacientes ambulatorios u hospitalizados. También lo trae el o la auxiliar que sin dilación se preocupa de su CESFAM u hospital o la médica o médico que busca incesantemente la causa del padecer de su paciente. Así como la administrativa o administrativo que planifica y ordena el funcionamiento de su establecimiento.

No caeremos en la tentación parmenidiana la cual identifica “el ser con el pensar”, “más en el corazón que en el libro”. Este “llevar a la acción” no es una entelequia intelectual, sino una experiencia que se traduce en un “llamado” que lo propulsa a actuar, logrando la identificación con algo distinto de sí mismo, colocándose en su lugar, calzando sus ropajes de preocupación, dolor y sufrimiento en la cual sufre, “a pesar de que su piel no envuelva los nervios del que padece”, siendo la frase “Tú eres eso” (“Tat tvam asi”) la que expresa de mejor manera lo anterior expuesto.

Esta experiencia o “llamada”, la denominaremos vocación y la definiremos como aquella citación a ejercer cierto trabajo o profesión la cual recae en una persona. ¿Y cómo enseñar esta vocación? ¿Cómo modelar este llamado? ¿Se podrá realizar este cometido? Existe una frase en latín que al igual que la pregunta de Schopenhauer nos da también una señera guía para dar solución a esta incógnita: “Todo lo que se recibe, se recibe según la forma del recipiente”. Por lo tanto, para guiar esa vocación, más que agregar datos o información a los educandos en salud se debe modificar el recipiente, a través de la experiencia, conocimiento en acto por encima de todo concepto, para sí lograr la empatía con él o la que sufre. Difícil tarea en tos tiempos de individualismos y pequeños egos, donde la ganancia personal se sobrepone al beneficio del otro.

Entonces, para realizar nuestro cometido se debe ir más allá, en una especie de movimiento metabasico, y además de enseñar ciencias básicas en nuestras mallas y conocimiento clínico y de especialidades, debemos apuntar a las humanidades como medio para grabar a fuego en los corazones de nuestros estudiantes el “Tat tvam asi”. Y aquí cito a nuestra nobel Gabriela Mistral que en su poema “El placer de servir” nos da pie a la alegría de ser con el otro:” El servir no es una faena de seres inferiores/ Dios, que da el fruto y la luz, sirve /Pudiera llamársele así: El que sirve/ Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: ¿Serviste hoy? ¿Al árbol? ¿A tu amigo? ¿A tu madre?”