Los resultados de las recientes elecciones de alcaldes y concejales nos ha de llevar a una profunda reflexión sobre el país configurado desde los años 80, pues al más puro estilo del despotismo ilustrado (todo para el pueblo, pero sin el pueblo) la clase política ha construido una nación extremadamente segregada, con profundas divisiones de clases que metafóricamente llama “quintiles” para evitar referirse a pobres (mayoría) y ricos (minoría).
La alta abstención no ha hecho sino trasparentar el sentimiento que tiene, al menos el 60% de la población ”racional“, acerca de su no pertenencia a una comunidad que se hace sin su participación y sin su presencia.
Es cierto que la finalidad de la educación es la realización de la persona humana y uno de sus resultados concretos es hacerlo libre, dueño de sus actos, responsable de sí y de su entorno. Sin embargo, en la práctica esto es puramente formal, pues en el diario vivir no tiene ninguna posibilidad de elegir una mejor atención de salud, de acceder a educación o capacitación de calidad sin que tenga que endeudarse para toda la vida, de acceder a un lugar digno para vivir, de tener acceso a la cultura, sin que tenga que pagar intereses usureros a la banca o casas comerciales. Los que no votan ven cómo el desarrollo llega a otros, que pasa por fuera de su casa o ven en televisión.
La abstención mayoritaria del no-ciudadano es la oportunidad que se les da a los políticos para hacer coherente la praxis educativa con una estructura cívica en donde la finalidad sea el desarrollo de la persona humana y no la acumulación de riqueza en pocas manos.
Aladino Araneda Valdés
Académico Facultad de Educación
Universidad Católica de la Santísima Concepción