La delgada línea


Inusuales, pero no por ellos menos reales, han resultado los hechos políticos del último tiempo en el país que han desnudado el contubernio: política y dinero; servicio público y grupos económicos; política y financiamiento; negocios públicos y negocios privados.

Las tiendas políticas han insistido en que se debe actuar con transparencia, olvidando que ella por sí sola no alcanza para levantar la deteriorada imagen que tiene la clase política en la ciudadanía, y que se agudiza cuando se evidencian los conflictos de intereses en el caso Penta o la controvertida operación financiera que involucró al primogénito de la Presidenta.

Cuando la actividad política cae en procesos de descomposición moral y ética se transforma en tierra nutricia para el surgimiento de populismos de variado cuño, la irrupción de liderazgos carismáticos o, bien, la apatía ciudadana, lo que desencadena problema de legitimidad política en las autoridades electas. Como sea, esto sucede cuando la ciudadanía hastiada de las formas tradicionales de hacer política busca nuevos canales de participación que permitan regenerar la actividad pública y que efectivamente la representen.

Si ya el Pentagate trajo como consecuencia una baja en las encuestas para la derecha, algo que afectó a la UDI y colateralmente a RN, esto no se ha traducido en gestos significativos por parte de los involucrados que demuestren de manera efectiva su intención de restañar las heridas que han dejado en su propia tienda política y en el país.

Para el caso que involucró a Sebastián Dávalos, el tema se dilató más de la cuenta y no hizo más que afectar tanto a la entidad bancaria, al Gobierno y a la propia Presidenta, durante estos calurosos días de verano fueron los ministros los que salieron a dar explicaciones y no el afectado. Este demoró una semana en dar un paso al costado y lo hizo cuando las presiones que recibió de su propia coalición se hicieron insostenibles, lo curioso es que dejó La Moneda sin dar explicación alguna sobre la situación.

La puesta en escena de la conferencia de prensa en que anunció su renuncia al cargo resultó impactante. Ya no había ni ministros ni actores importantes que le respaldaran, se había quedado solo.

Las consecuencias que este agitado verano político tenga en la imagen del Gobierno habrá que verla en las futuras encuestas. Aun así la clase política no debe olvidar que el  país cambió, y que el ciudadano está cada vez más empoderado, que las redes sociales han ayudado en la fiscalización, y estas son implacables con aquellos que no separan bien los negocios de la noble actividad de servicio público tan necesaria en una sociedad democrática. Por lo tanto, no debemos olvidar exigir a nuestras autoridades niveles superiores de probidad y rectitud en el ejercicio de sus funciones.