La alegría de una visita


Eran las cuatro de la tarde de un otoñal miércoles 1 de abril de 1987 cuando el avión Jumbo Alitalia se posó en el principal terminal aéreo de Chile. Minutos más tarde se asomaba la imagen serena del Sumo Pontífice, el sol reverberó sobre su albo traje y su rostro liso y llano. Veintiún cañonazos y las campanas de todas las iglesias del país echadas al vuelo marcaron el minuto en que el Papa comenzó a recorrer tierra chilena.
Se iniciaba así una visita histórica que duró seis días y en la que repartió el pan de la palabra entre nosotros. Su actividad fue febril, estuvo en seis ciudades en casi sesenta horas, pronunció veintisiete discursos, participó en siete celebraciones de la palabra en cinco eucaristías y en varios encuentros que tuvieron un atronador sentido de celebración.

Fueron jornadas en las que recorrió nuestra geografía, resistiendo los cambios climáticos, navegando por el mar de Chile y contactándose con el pueblo mapuche. Su viaje, que movilizó a cerca de dos millones de chilenos, estuvo marcado por un especial espíritu reflejado desde su primer saludo al país: “Vengo a vosotros como siervo de los siervos de Dios, Obispo de Roma que empuña el cayado de peregrino, la Cruz de Cristo Salvador y se hace heraldo de evangelización, mensajero de nueva vida en Cristo y de la paz verdadera (…) trataremos que el mensaje del Divino Redentor penetre en nuestras vidas, en las estructuras de la sociedad, para transformarla según el plan de Dios”.

Llegó a Concepción el sábado 4 de abril de ese año, a las 21:00 hrs., siendo recibido por el Arzobispo José Manuel Santos, el Obispo auxiliar Alejandro Goic y autoridades civiles de la época. En la bendición que dirigió a la ciudad precisó que el nombre de la capital penquista se une de manera vital al recuerdo de la Virgen María y queda, por lo tanto, bajo su maternal protección.

El domingo 5 el Sumo Pontífice ofició una Santa Misa dedicada al “Mundo del Trabajo”, al cual la Iglesia le ha dedicado la Encíclica Laborem Exercens que compendia su doctrina en materia de justicia social y empleos. Su visita y sus mensajes han queda grabados a fuego en toda una generación de compatriotas, no sólo porque en los más de dos mil años de cristianismo nunca había venido un Papa a Chile, sino porque estrechó el corazón y el alma de un país y de una generación que no olvida al que pasó por sus calles y sus cielos repitiendo: “El amor puede más, el amor puede más”.

Cristián Medina Valverde
Profesor Adjunto
Facultad de Comunicación, Historia y Cs. Sociales
Universidad Católica de la Santísima Concepción