Al celebrarse un nuevo aniversario de una de las instituciones culturales de mayor prosapia en el país, resulta pertinente realizar una reflexión sobre la trascendencia que tiene la tarea realizada y proyectar su accionar en un presente que devela significativas amenazas al estudio de la disciplina que cultiva.
Nos referimos a la conmemoración de la primera sesión de la Academia Chilena de la Historia, llevada a cabo el 11 de mayo de 1933. En la época fueron 33 los cultores que, reunidos en Santiago con el auspicio de la Universidad Católica, dieron la partida a una sociedad dedicada a fomentar el interés de la comunidad por los estudios históricos a través de publicaciones, concursos y conferencias, entre otras actividades.
Con posterioridad, los miembros originales se transformarán en 36 miembros de número a quienes se agregarán miembros correspondientes en Chile y en el extranjero, los cuales, con la sapiencia que les otorga su carácter de estudiosos del pasado, han enriquecido el acervo cultural del país con diferentes estudios plasmados en artículos que dieron origen desde el mismo año de su fundación al Boletín de la Academia Chilena de la Historia, una de las publicaciones sobre la disciplina en nuestro medio de mayor prestigio y tradición.
Necesario es señalar y subrayar que desde su primer número el Boletín ha servido con ejemplar fidelidad a los principios esenciales de toda investigación histórica como son: la búsqueda desinteresada de la verdad, la honestidad intelectual y el respeto irrenunciable al contenido de las fuentes. Por el cumplimiento de estos deberes éticos han velado desde la responsabilidad directiva aquellos miembros de la Academia que han ocupado las funciones de liderazgo y cuyos nombre no se pueden omitir, comenzando por su primer presidente Agustín Edwards Mac-Clure a quien sucedieron Miguel Cruchaga Tocornal, Alfonso Bulnes Calvo, Eugenio Pereira Salas, Sergio Fernández Larraín, Fernando Campos Harriet, Javier González Echenique, Fernando Silva Vargas, José Miguel Barros Franco, Ricardo Couyoumdjian Bergamali y Joaquín Fermandois Huerta, su actual presidente.
Las tendencias actuales en el trabajo histórico colocan obras de dudoso valor investigativo como textos de lectura más frecuente en la población. Se suma a lo anterior un trabajo presionado desde los centros del primer mundo que instauran con las llamadas indexaciones, una suerte de competencia por publicar en una especie de ranking que desnaturaliza y desvía la investigación histórica, que de manera alguna puede homologarse a la investigación de las ciencias duras o en la tecnología. Afortunadamente, la Academia ha resistido la tentación a incorporarse en un circuito que es tóxico para la disciplina, manteniendo su Boletín el sello de publicación nacional de carácter superior e independiente.
Por último, debemos reconocer en la Academia, en la condición de sabiduría y tradición de sus integrantes, un factor estratégico frente al peligro que representan especuladores que utilizan la historia sin fuentes directas o las adulteran o distorsionan, colocando en peligro la memoria de la sociedad por perseguir fines ideológicos. Es la Academia el órgano legítimo y pertinente para denunciar estos vicios y colocar en guardia una sociedad donde, lamentablemente, se ha debilitado en sus generaciones jóvenes el respeto a su pasado.a