Ilusión óptica-ilusión óptima


Cambiar la letra”c” por la “m” implica grandes desafíos para mi cerebro, ese maravilloso órgano cumbre de la evolución de los sapiens sapiens. ¿Cómo decir que después de lustros y lustros he tomado la real conciencia de que me engaña?

Me distorsiona la realidad (¿cuál?) por medio de la distorsión óptica y, a pesar de la cercanía ojos-cerebro; ya por miopía o astigmatismo, o punto ciego; una serie de  alteraciones oculares y hasta por fatiga de materiales, cualquiera de ellas  conlleva errores e imprecisiones. Pero si la ilusión de acercar o alejar objetos es una desventaja, lo peor es la distorsión de nosotros, los miopes; ésa que distorsiona los recuerdos y/ o acrecenta lo malo y/o disminuye lo bueno y/o cambia y reemplaza lo uno por lo otro.

El cerebro posee un mapa del “territorio” de nuestro cuerpo y, al parecer, es inalterable. ¿Cómo es posible sentir dolor en un miembro del cuerpo que fue amputado aun después de mucho tiempo? En todo caso, mi cerebro es como Cristo, inalterable e inalterado en el tiempo. Él me ayuda a acceder al consuelo de visualizar a mis hijos, padres, hermanos y amigos como miembros de mi cuerpo, con los cuales he desarrollado lazos afectivos que devienen a ser miembros encarnados desde mi osamenta y que, al ser amputados, restados de mi vida terrenal, siempre me dolerán sus ausencias. Y es que cada vez que una de estas personas es retirada de mi entorno, ya sea por la muerte u otra circunstancia, me vuelvo cada vez más pobre. Nadie es sustituible, aunque se opine lo contrario.

En el cerebro existe un área denominada amígdala (sin confundir con las otras amígdalas o enemígdalas) y que sería responsable de mis emociones e ilusiones, sobre todo de la de ser optimista; es decir, mantener la ilusión óptica-ilusión óptima frente a la única certeza: la muerte (pero eso le ocurre a otros, a mí no me va a pasar).

Para mantener el equilibrio, la estela de hambrunas ancestrales ha hecho lo suyo y mi cerebro practica la economía de guerra-escasez. Si no alimento la única neurona útil que me va quedando, cada dos horas aproximadamente, él metaboliza hasta el agua y me hace engordar y engordar, y entonces aflora la otra distorsión fatal: el espejo me devuelve una imagen incoherente con mi idea de esbeltez y belleza y he ahí que mi única neurona -”la razonable”- reacciona confundida y me ordena la utilización del antídoto perfecto: el placebo, ya sea físico, sicológico, emocional y hasta espiritual. Pero yo soy inocente. Es mi cerebro el que me engaña.

Violeta-CaceresVioleta Cáceres
Escritora y profesora de Biología y Química
Encargada de la Sala de Conferencias y Exposiciones UCSC

V.C.