Homilía de Monseñor Ricardo Ezzati Andrello en la Liturgia de despedida como Gran Canciller de la Universidad


Concepción, 7 de enero de 2011

Quisiera, en primer lugar, agradecer la oportunidad de despedirme de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, aquí en este lugar donde nuestra fe nos hace sentirnos partícipes del mismo misterio que vino y nos hace hijos y hermanos alrededor del altar del Señor.

¿Quién es el que vence al mundo?, preguntaba San Juan en la Primera Carta que le escribió a las comunidades cristianas, y que lo repite para nosotros hoy día: ¿Quién es el que vence al mundo?

Una de las preguntas fundamentales que muchas veces nos hacemos en la vida es justamente ¿quiénes son aquéllos que le dan al mundo su sentido más verdadero, más grande?, y la respuesta la tenemos. Hay muchos que buscan en el poder ese sello que le dan al mundo; hay muchos que lo buscan en cosas más nobles, en las ciencias, en el servicio. ¿Quién es el que vence al mundo?

Dicho de otra manera, qué cosa es eficaz para la vida del mundo, y creo que muchos hombres y mujeres se preguntan justamente sobre la eficacia de la presencia de cada uno de nosotros, de las instituciones, de las ideologías en el mundo.  ¿Qué cosa de verdad o quiénes de verdad vencen al mundo?

Y San Juan, partiendo de la  experiencia de la contemplación del Verbo de Dios hecho hombre, hecho carne, que plantó su tienda en medio de nosotros, afirma con claridad que quien vence al mundo es nuestra fe. Es decir, vence al mundo aquél que tiene su vida anclada profundamente en la verdad, en la sabiduría y en el amor de Dios. Ése es aquél que tiene la  respuesta más eficaz para el mundo, una respuesta que aparece en la humildad, pero que es fecunda. Una respuesta que aparece en el pesebre de Belén, pero que salva al mundo. Una respuesta que aparece en la debilidad de las propuestas humanas, de lo que Pablo mismo llama «necedad para este mundo» y que, sin embargo, es sabiduría de Dios. ¿Quién es el que vence al mundo?

El que vence al mundo es aquél que tiene la sabiduría de fundar su propia existencia sobre la verdad eterna, sobre el amor eterno, sobre aquello que no pasa, que no es transitorio, sino sobre aquello que es, que permanece, que es hoy, que es ayer, que es siempre, y ése es Jesucristo.  Por eso toda la Carta del apóstol San Juan, y el trozo que hemos leído, nos viene a decir que la gran novedad, la gran fuerza que  salva a este mundo, es la fuerza que nos viene de Dios, la verdad que nos viene de Dios.

Qué importante es para un Centro de Estudios como éste reflexionar sobre esta dimensión y pensar que nuestras victorias sobre el mundo, es decir, nuestro aporte al mundo, nuestro aporte para que éste sea mejor, para que alcance sus objetivos más altos, proviene de nuestra fe. De una fe que se traduce en opciones concretas de vida, que se traduce en proyectos concretos de vida, para que la luz del Evangelio, la luz, la verdad que es Jesucristo, informe y performe la vida personal y la vida comunitaria.

Creo que, para todos nosotros, lo que San Juan nos dice el día de hoy es tremendamente cuestionador, porque tendemos por naturaleza a pensar que la eficacia de las cosas, de las iniciativas humanas, de los proyectos humanos, son las eficacias más grandes y las más definitivas.

No se trata de vivir  un dualismo entre lo que son las búsquedas y las realizaciones de las esperanzas humanas, de lo que es la búsqueda y realización de la esperanza divina. El cristianismo, a través del misterio de la Encarnación, nos viene a decir que esa fe que vence al mundo, y que es Jesucristo el Señor, se ha hecho cargo, se ha encarnado en la realidad del mundo y ha asumido la naturaleza humana, para salvarla desde adentro. No es un añadido, no es un revestimiento de salvación; es de verdad salvación que toca las fibras más profundas de la existencia y de los proyectos humanos.

¿Quién vence al mundo entonces? Es aquél que tiene fe y pone su fe en Jesucristo, aquél que proclama la fe en Jesucristo, el único Salvador  y que sabe hacer la historia, que sabe penetrar la historia de todos los días, para que la historia de los hombres llegue a ser historia de salvación, esa historia de alianza entre Dios y la humanidad, entre la humanidad y Dios.

La Universidad tiene, como también las demás comunidades de la Iglesia, esta gran finalidad. La tiene desde el ámbito específico, que es el ámbito del cultivo de la ciencia, de la verdad, pero es un ámbito absolutamente necesario para que el mundo viva de verdad y encuentre en la propuesta de la fe el camino de su desarrollo más grande y verdadero.

Al concluir mi misión como Gran Canciller de nuestra Universidad, junto con agradecer este esfuerzo constante que he visto, que he palpado para hacer verdad lo que la Universidad quiere ser, quisiera desearles a todos que está comunidad pueda ser, aquí en Concepción y también en la región, un faro que ilumine dónde está la victoria que vence al mundo, dónde está aquello que de verdad le da vida al mundo, que es Jesucristo, el Hijo del Padre, que nos trae el proyecto de vida abundante que el Padre tiene y sueña pasar todas sus criaturas.

Les pido que me acompañen bondadosamente con su oración, para que la tarea que el Santo Padre me ha confiado en la Arquidiócesis en Santiago la pueda realizar con mucha humildad, con mucha sencillez, pero también dedicando toda mi existencia a aquello para lo cual el Señor me ha llamado en el servicio de su Iglesia. Amén.

monseñor+ Ricardo Ezzati A. sdb
Arzobispo electo de Santiago,
Administrador Apostólico de Concepción

M.R.E.