Deseo iniciar esta columna con dos situaciones de la vida diaria. Un amigo me invita a cenar a su casa, llevo una bandeja con pasteles y al momento de recibirla, el anfitrión me dice “gracias”. En el centro de la ciudad, cerca de la oficina, me tomé un café y después de pagar me dirigí al garzón dándole las “gracias”. Dos “gracias” pronunciados en contextos aparentemente muy distintos. En el primero: gratuidad y amistad; y en el segundo: contrato y anonimato. Sin embargo, la palabra usada es la misma: gracias. ¿Por qué? ¿Qué tienen en común estos dos actos aparentemente tan distantes, al menos para la cultura de nuestra sociedad?. Primero: son encuentros libres entre seres humanos. Nunca le diríamos gracias a una máquina que expende café. Estoy convencido de que ese gracias, que no le decimos solo al amigo sino también al garzón, al panadero o a la cajera del supermercado, no es sólo fruto de buena educación o la costumbre, sino que ese “gracias” expresa reconocimiento, el cual va más allá del deber.
En el trabajo siempre hay algo más, que transforma ese intercambio en un acto verdaderamente humano, es el amor, es decir, hacer algo por los demás, por lo tanto, el trabajo comienza de verdad cuando vamos más allá de la letra del contrato y ponemos lo mejor de nosotros a la hora de preparar una comida, apretar un tornillo, limpiar el baño o dar una clase. Esto no significa renunciar a derechos o al salario, ni tampoco ser altruista, porque el amor es un concepto mucho más amplio y exigente, es siempre reciprocidad.
En su visita a Concepción en abril del año 1987, su Santidad Juan Pablo II, señaló en la Santa Misa, dirigida al mundo de trabajo: “…una verdadera cultura del trabajo debe ser una verdadera cultura de justicia. Pero mucho más debe hacerse para lograr un verdadera cultura del amor…”. Además indicó, “…cada día se hace más necesario que los cristianos proclamen bien alto, sobre todo con el ejemplo de nuestra vida, que la máxima dignidad del trabajo está en el amor con que se realiza. Ésta, en la perspectiva de la justicia social verdadera, pero también en la perspectiva de una civilización del amor”.
Iván Valenzuela Díaz
Decano Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas
Universidad Católica de la Santísima Concepción