El 27 de febrero de 2010 Chile vivió un terremoto catalogado como uno de los seis más fuertes de la historia que ha sufrido nuestro planeta desde 1900. Las autoridades gubernamentales informaron a la población que no había riesgo de maremoto; sin embargo, media hora después, un tsunami arrasó con varias ciudades locales y costeras, dejando más de 500 víctimas fatales y miles de damnificados.
Es normal que la mayoría de los individuos que sufre un terremoto como el nuestro experimente mucho miedo y, por ende, pueda disminuirse su capacidad para lograr un afrontamiento adecuado frente a la crisis. No obstante, estas características pueden ir desapareciendo espontáneamente en el transcurso del tiempo.
Sin embargo, las personas que estuvieron expuestas al tsunami, con pérdidas humanas y materiales más graves, presentaron mayor prevalencia de estrés post-traumático, ansiedad y depresión.
El daño ante lo que se percibe como irreparable puede provocar sentimientos intensos de dolor y rabia. Más a largo plazo, se puede evidenciar pesadillas frecuentes recordando el evento traumático, irritabilidad, tristeza profunda, pérdida de la fe y, en el caso de Chile, pérdida de confianza en las autoridades que no pudieron alertar a los ciudadanos sobre la catástrofe.
El dolor ante la pérdida de los seres queridos genera perturbaciones que requieren de tiempo y apoyo para poder ser reparadas. La red familiar y comunitaria es imprescindible para que este proceso resiliente se lleve a cabo. Es en esta red de contacto humano que residen los afectos y la solidaridad que permiten co-construir un nuevo significado que proporcione un sentido de seguridad y de integración. Así, se convierten en el soporte fundamental que ayuda a sobrellevar la pena.
Es importante rescatar que cuando hemos sido sometidos a los efectos de una adversidad, el fin último sería lograr superarla e incluso salir fortalecidos de la situación; es decir, resignificar la pérdida, para lo cual se requiere encontrar el sentido individual y social del evento catastrófico.
Daniela Sáez Sáez
Psicóloga Clínica
Universidad Católica de la Santisima Concepción