El CRUCH: Retorno al origen


Fue el 28 de diciembre de 1954. A las 15.30 horas, hace ya sesenta años, se realizó la primera reunión oficial del CRUCH en el gabinete del rector de la Universidad de Chile, quien ofició de presidente de la nueva institución.

Recordemos que en el mes de agosto de 1954, durante el segundo gobierno de Carlos Ibáñez, se había dictado la ley Nº11.575, que junto con entregar financiamiento del Estado a las Universidades existentes (siete en total), creó el Consejo de Rectores, encargado de confeccionar periódicamente planes de coordinación para actividades de investigación.

La letra y espíritu de la  ley dejó meridianamente claro que tanto el poder ejecutivo como el legislativo entendían, que al margen del tamaño de las universidades, no existía ninguna diferencia por el origen que ellas tenían, asumiendo que el servicio público que desinteresadamente todas prestaban a la sociedad chilena, las hacían merecedoras de la ayuda financiera del Estado.

Las primeras actas del CRUCH muestran fluidez y  armonía entre los rectores, generándose un clima caballeroso y cordial, bien reflejado en la presidencia que ejerció por largos años  Juan Gómez Millas, rector de la Universidad de Chile.

Fruto del trabajo de coordinación que realizó el Consejo es el potenciamiento  en la creación de bienes públicos, tales como conocimiento científico-tecnológico, formación de personal profesional y el cultivo de las humanidades y las artes como soporte de la cultura nacional, aporte sustantivo de  las universidades chilenas al crecimiento de nuestra sociedad y que representa un esfuerzo sostenido por décadas desde sus aulas
Si reconocemos hoy el valor que tiene la Universidad en toda sociedad, es plenamente válido parafrasear a uno de los rectores que integró el Consejo en su etapa inicial, que al momento de abandonarlo, señalaba: “El Consejo de Rectores constituye una importante herramienta para la coordinación de la acción universitaria dentro del país, para la defensa de la autonomía y de la libertad de enseñanza y para la preservación del verdadero espíritu universitario”.
Premonitoriamente, concluía que lograr dicha misión: “exige que éstas (las universidades) se entiendan lealmente, comprendan su transcendental papel social y robustezcan sus lazos para tener gravitación frente a la autoridad política y al gobierno… es indispensable un Consejo de Rectores fuerte, unido y dinámico”.

El presente nos revela una imagen del CRUCH afectada por polémicas que revelan divisiones derivadas de problemas que resultan subalternos, tanto frente a sus ideales iniciales, como a los desafíos que las instituciones universitarias deben enfrentar a futuro.
Al tenor de lo indicado, sólo  cabe esperar que, reconociendo la inspiración  fundacional de la institución, las actuales autoridades universitarias dejen de lado influencias  perturbadoras y retornen a la esencia del CRUCH que cumple ahora sesenta años de funcionamiento.

En esta hora de cambios parece indispensable  perseverar en el espíritu de los Rectores fundadores, quienes imbuidos de un  ideal común de servicio público, se unieron para coordinar la entrega de  una educación superior de excelencia a la sociedad, siguiendo lealmente la inspiración de alta política que guió la aprobación del cuerpo legal.