En el sistema educativo, el profesor tiene un rol fundamental e irremplazable en la motivación y acompañamiento del estudiante. Su figura está presente en la memoria de aquellos que fueron partícipes de su labor y que hoy ejercen alguna profesión, claro está, no siendo profesores.
Si echamos una mirada al pasado y nos conectaos con el día de nuestra licenciatura recordaremos que en ese acto, tan solemne como esperado, no ha faltado el discurso del alumno que le recuerda y agradece el trabajo realizado; se le entrega un galvano que expresa gratitud por lo bien que lo hizo. Entre lágrimas y aplausos propias de toda licenciatura, le asegura que pronto lo volverán a ver…le deben el pasado, el presente y el futuro, por muy incierto que parezca.
Pero, la verdad es que esa visita raramente se da. El alumno escogido para dar el discurso de despedida comienza a entrar en el mundo universitario. Los recuerdos del liceo comienzan a desvanecerse y los estudios -de las matemáticas, de las ciencias y del leguaje- comienzan a mostrarle que los conocimientos recibidos son limitados, peor aún, son muy pobres. Así, el profesor de “la media” pasa a convertirse en el responsable de sus fracasos ante los nuevos desafíos que debe abordar. El joven egresado comienza, entonces, a tomar conciencia de que aquello que valoró como bueno es nada o muy poco.
¿De quién es la culpa? Unos dirán del “mal profesor del liceo”, otros, “del sistema educativo anticuado y pobre”; algunos, “del mal provecho que hizo el joven cuando cursó los estudios medios”. Pero, la responsabilidad está, de verdad, en el sistema y en la concepción educativa vivida. Sí, asumamos la responsabilidad: el sistema educativo en Chile es insuficiente en su contenido, sentido y fin.
¿Qué camino seguir? Los procesos educativos hoy no pueden aspirar a entregar solo conocimientos o contenidos. En nuestros días los contenidos ya están al alcance de todos, basta con navegar en la red para encontrarlos. Hoy no es ayer, donde el profesor tenía el deber de entregar los contendidos del saber porque estos estaban muy lejanos, encapsulados en las bibliotecas públicas o en las enciclopedias. Hoy, el conocimiento, está al alcance de un “clic instantáneo y operativo” hacia una ventana siempre abierta e infinita.
Hoy, la tarea del profesor es de ayudar, en un espíritu diaconal -esto es de servicio-, a formar y desarrollar en el estudiante el arte del pensar, comprendido como aquella posibilidad humana de crecer permanentemente en un ejercicio cotidiano en el hábito del saber y aprehender. El profesor debe trabajar en el ejercicio de hacer del alumno una persona pensante y buscadora-y siempre atenta- al cambio y la posibilidad.
¿Para qué educamos? El profesor educa para el bien y la verdad, es decir, para la libertad, para forjarse en su ejercicio. El bien y la verdad son las coordenadas insoslayables de todo proceso humano. La persona humana busca alcanzar la verdad y, al mismo tiempo, anhela vivir en el bien. Verdad y bien son la raíz de la felicidad y de la libertad. Un profesor excelente busca recorrer este camino.
Ciertamente, un buen educador, también, ha de estar atento a lo que acontece, y comprometido con el devenir histórico que, permanentemente, le ofrece nuevos desafíos. Educar y actuar son verbos que estarán siempre unidos. Su divorcio conduce al fracaso y la frustración.
En Chile vivimos un debate intenso en torno a la educación. Es importante que, por sobre los intereses particulares y corporativos, profundicemos en hacer nuestra la comprensión de que sólo una educación de calidad -y al alcance de todos- hará de de nuestra patria una mejor nación. Recordemos que la madurez de un pueblo se puede medir por la capacidad de sus miembros de leer las deudas, descubrir sus desafíos y responder a ellos.