Así ha preferido ser llamado al ser entrevistado en estos días. Junto con el profesor Manlio Simonetti y el padre Maximilian Heim, don Olegario González de Cardedal ha recibido el día 30 de junio, en la Sala Clementina del Vaticano el “Premio Ratzinger”. Este premio, considerado como el Nobel de la Teología, viene a reconocer la larga y fecunda trayectoria teológica de este sacerdote abulense que ha dedicado una vida a pensar la fe desde la fe.
Como haciéndose eco de una expresión de Hans Urs von Balthasar, don Olegario ha dicho que no hay verdadera teología si no es genuflectente, es decir, arrodillada. Repensar la fe requiere escuchar la palabra de Dios y responder a Dios con la mejor palabra humana. Martín Buber dijo una vez que no sólo podía hablar de Dios sino que, gracias a la fe, podía hablar a Dios.
En su cátedra de Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, desde la que ha impartido un magisterio universal, don Olegario ha hablado de Dios y hablado con Dios. Y ha hablado con el lenguaje más digno y más bello, que ha ido puliendo cuidadosa y amorosamente, consciente de la responsabilidad que comporta el sacramento de la palabra, como él suele decir, recordando a Ortega y Gasset.
Su palabra oral y escrita ha enriquecido a la Iglesia y a la sociedad de España, pero se ha derramado con generosidad por el ancho mundo. Nunca ha sido una palabra vana. Siempre ha sido una palabra que trataba de ayudar a pensar, iluminando los recovecos de la conciencia.
Una de las primera páginas que leí de don Olegario se encontraba en un famoso comentario al Concilio Vaticano II. Escribía de la gran Iglesia, comparándola al edificio material de un templo, en el que cultura, arte, vida y oración se orientan al altar. El altar es signo cuasi-sacramental de Cristo, centro y fundamento de toda la Iglesia.
Ya entonces pensé que aquel escrito encerraba la clave del Concilio y también el programa intelectual de aquel joven teólogo. Don Olegario ha escrito sobre Dios y sobre Jesucristo, sobre la esperanza y sobre la muerte, sobre la entraña del Cristianismo y los desafíos que plantea la convivencia humana. Ha escrito sobre la dialéctica entre el poder y la conciencia y sobre la educación que hace a la persona más persona y ayuda a la sociedad a convertirse en comunidad, como ya postulaba Tönnies. Ha escrito sobre arte y literatura. Pero todo ello ha estado centrado en Jesucristo, sacerdote, víctima y altar, como dice uno de los prefacios más bellos de nuestra liturgia.
Este premio, tan prestigioso como merecido, es un honor para don Olegario y un gran estímulo para la teología española, que recibió en la Universidad Pontificia de Salamanca el aliento cordial de Juan Pablo II. Pero es también una invitación al pueblo cristiano a retomar con verdad y coherencia el diálogo entre la fe y la cultura, al que nos invitaba una vez más Benedicto XVI al entregar este premio.
José-Román Flecha Andrés
Universidad Pontificia de Salamanca
Prof. Visitante UCSC
J.R.F.