Don Antonio y el mar


Monseñor Antonio Moreno Casamitjana, a través de su larga vida sacerdotal, dedicó años a su misión parroquial, misionera e itinerante por los canales e islas interiores de Chiloé, en la localidad de Rolecha, comuna de Hualaihué, dependiente de la Arquidiócesis de Puerto Montt.  Ahí convivió con las dueñas de casa, los niños, los jóvenes y con los esforzados pescadores y trabajadores, un grupo humano que, acostumbrado a los rigores del clima, ha sabido cultivar, como esencia del ser humano, la cordialidad y la solidaridad.

En continuas conversaciones sostenidas con su comunidad cristiana, quizás refugiado en la calidez de la tradicional estufa chilota y probablemente saboreando los productos del mar con que lo agasajaban los pescadores, se empapó de la vida en el mar, de las costumbres locales y de la riqueza de las leyendas e historias de las Islas de Chiloé. A él mismo le tocó navegar por esos canales, a veces con vientos calmos y a veces con vientos arrachados, en la compañía de sus feligreses, quienes no escatimaban ningún esfuerzo por trasladarlo de isla en isla, de poblado en poblado, llevando la palabra de Dios, entregando la voz de auxilio, acompañando a los enfermos en sus lechos e impartiendo los sacramentos.

En las pocas ocasiones que tuve de conversar con Monseñor Moreno, por alguna razón ineludible, se nos imponía el tema del mar. Motivado por sus preguntas, desde mi posición de investigador en las ciencias del mar trataba de hilvanar respuestas lógicas que, debo confesar, derivaban en el relato de las inagotables experiencias que tenemos aquellos que hemos navegado muchas millas. De ese modo, inmersos en ese diálogo, el tiempo pasaba tan rápidamente que debía rescatar al final con su ayuda el motivo de mi visita.

El Maremoto del 2010 causó estragos en la sede de la Universidad en Talcahuano. Perdimos, entre tantas otras cosas, nuestra embarcación “Don Leo”. Después de tres años de trabajo, recuperamos nuestra nave y se eligió el nombre “Don Antonio” para bautizarla, en homenaje a Monseñor Moreno. Fue una decisión muy acertada puesto que él fue fundador de nuestra Casa de Estudios, Ex Gran Canciller y Arzobispo Emérito de Concepción. En lo personal, me parecía que, además, era un homenaje a un navegante, a un viejo lobo de mar.

Un día de junio de 2013 me correspondió visitarlo con el objeto de invitarlo a la ceremonia e informarle que la Rectoría había escogido su nombre para la nueva embarcación. Una vez más, inevitablemente, nuestra conversación directa y llana versó sobre algún tema del mar. Cuando finalmente le informé la razón de mi visita, su cara se iluminó, sonrió y preguntó ¿Por qué yo? Le contesté que es tradición que los nombres de embarcaciones honren a sabios navegantes, hombres aguerridos en la adversidad y solidarios con los demás. Le recordé que él dedicó muchos años de su tarea pastoral a navegar por las Islas de Chiloé, llevando la palabra de Dios a tantas personas que lo acogieron en sus propios puertos de desventura y de alegría. Su respuesta no escatimó palabras de agradecimiento, subrayó que era mucho para él y que lo tomaba con mucha humildad. Esa fue la última vez que conversamos.

Luego nos dimos a la tarea de preparar el bautizo de la embarcación y marcar su regreso a la vida marinera con el ceremonial naval correspondiente, según los simbolismos reclamados por los navegantes. Todo estaba preparado para que el 2 de agosto compartiéramos ese primer viaje con Don Antonio y se pudieran retomar las conversaciones sobre el mar, su gente y los tesoros que encierra su naturaleza, la obra de Dios.

La Divina Providencia ha querido que Monseñor Moreno ya no esté con nosotros. Viajó a la casa de Dios Padre donde, con toda seguridad, fue recibido con mucha alegría pues llega un Hombre bueno y justo. “Don Antonio” ha zarpado en una singladura cuya proa y rumbo lo condujeron hacia aquel puerto al que algún día todos llegaremos y cuyo muelle nos lleva a la casa de nuestro Creador. Es el punto donde fondeó “Don Antonio”, con 7 paños de cadena, hizo fondo con su ancla y ordenó parar la máquina para nunca más navegar.

Es el final de una larga navegación por la Vida, próspera y fructífera, llena de emociones y dejando en el recuerdo de tantas personas la voz del Pastor que algún día llegó a sus costas para llevarles la esperanza y la palabra de Dios haciendo honor a la consigna de su escudo: “Anunciaré tu verdad”.

Dagoberto-ArcosDr. Dagoberto Arcos R.
Centro Regional de Estudios Ambientales
Universidad Católica de la Santísima Concepción