Las escuelas y liceos de nuestro país hace años han comenzado a hacerse cargo de la inclusión de niños y niñas migrantes, han abierto sus aulas, patios y espacios comunes a la diversidad cultural. Sin embargo, frente a la creciente masificación de prácticas racistas dentro de nuestra sociedad cabe preguntarse ¿Están los equipos directivos apoyando la reproducción de la discriminación o están aportando a su eliminación?
Son múltiples las causas de discriminación evidenciada en los aprendizajes que se han demostrado por medio de la investigación educativa, ya sea por necesidad educativa especial, por nivel socioeconómico, por género, por pertenecer a pueblo originario. La desigualdad de aprendizajes es una realidad que docentes y directivos intentan abordar, y hoy además incorporamos la migración como una variable que complejiza mirar al estudiantado y su diversidad a la hora de guiar el proceso de enseñanza y aprendizaje.
No es fácil el camino de liderar escuelas y ser docente frente a la diversidad, a veces es mejor neutralizar las diferencias, hacer como si no existieran, pero la experiencia internacional nos dice que el mejor camino para construir una ciudadanía activa, responsable de su comunidad y con capacidad de ser agente dentro de la democracia, es visibilizar, hablar sobre lo que nos pasa, poner en primera línea de nuestra conversación la desigualdad y abordar la propia experiencia vital como un “otro” ¿En qué momentos los y las docentes hemos vivido la discriminación? ¿Cómo nos sentimos frente al odio, la injusticia de las escenas popularizadas en los medios de comunicación?
Los equipos directivos están llamados en Chile como ha sido en otros países, según reportan por ejemplo Katie Pak y Sharon Ravitch (2021) a organizar estas instancias para hacer de la escuela un espacio de mayor compromiso con la transformación y eliminación de prácticas discriminatorias, camino que nos acompañará a vivir una experiencia de ejercicio de ciudadanía más inclusiva.