Levantó su vista y un agradable sol de primavera acarició su rostro, cerró los ojos y permaneció quieta, una suave y cálida brisa recorrió su nariz y mejillas. Su pelo castaño, crespo y desordenado comenzó a ondear, ella estiró el cuello y ofreció su cara al sol. Sintió algo grato, un instante de calma y plenitud. Será esto libertad, pensó. Luego, guardó sus apuntes en una mochila, la que acomodó a modo de almohada y se recostó.
Me queda una hora para el certamen, así que alcanzo a descansar un poquito, pensó.
A las tres de la tarde tenía que ir a “Educación”, a rendir un certamen de lingüística, y recién terminaba ese viejo, pero interesante, libro de Saussure que la había perturbado un poco.
Camila no alcanzaba a ir almorzar a su casa, porque entre su última clase y el certamen, sólo tenía dos horas disponibles, así que se había conformado con un pote de arroz primavera con pollo, que le preparó en la mañana su madre, y que a las dos de la tarde, de ese largo día, había disfrutado como el mejor de los banquetes.
Apoyó su cabeza en la mochila y puso sus manos en la nuca y así, estirada completamente en el pasto que bordea la estatua de Federico Assler, frente al Edificio Ezzati de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, cayó en el letargo.
El pasto fresco era a esa hora el mejor de los colchones para Camila, que con los ojos cerrados parecía escuchar muchos más ruidos, las voces de estudiantes, profesores y auxiliares, que iban y venían de Ezzati, y unos pájaros que, pensó podían ser gaviotas, abrió sus párpados para corroborarlo, pero como no vio nada, los volvió a cerrar.
De pronto el sueño la invadió y cuando el último de sus sentidos se aprestaba a desconectarse de la realidad, un “ding” la puso en estado de vigilia; sin abrir los ojos, buscó con la mano derecha en el bolsillo trasero de su jeans el teléfono móvil, lo levantó frente a su cara, tapó el sol con él y abrió su ojo derecho para leer el wassap de su madre que decía:
-¿Comiste Camila?…
Tecleó una mano amarilla con el pulgar arriba, tres caras felices y unos libros, segura de que su madre entendería el mensaje, guardó nuevamente el teléfono en su bolsillo. Abrió los dos ojos y se estiró, levantó sus manos de forma vertical y se miró las uñas, se fijó en que su esmalte estaba picado y pensó en que esa noche se las tendría que pintar.
-¡Camilaaaa!… ¡Caaaamila vamos! -una voz lejana le gritaba-, no miró ni respondió pero sí se dijo para ella:
-Noooooo… todavía no.
Giró sobre su izquierda, flectó las rodillas y se recostó sobre su hombro. En esa posición, veía el pasto verde y la estatua de Assler, se detuvo en ella un instante y pensó en cuál sería su significado.
-Está bonita -dijo-.
Acarició el pasto con su mano derecha y detuvo la vista en una pequeña hormiga que trataba de pasar de un pasto a otro, veía como movía las antenas y como intentaba una y otra vez concretar su misión, le acercó con su dedo índice el pasto al que quería pasar, hasta que la hormiga lo logró, pero cuando lo soltó, un brusco movimiento hizo que ésta saliera disparada y la perdió de vista, Camila sonrió.
Se estiró por última vez y se incorporó.
-¡Ya!, es la hora… ¡Aaaahhhggg!
Cayó nuevamente sobre su espalda y se resistió, pero en un acto de voluntad y responsabilidad se dijo:
-Ya, tengo que ir, el deber me llama -se dio ánimo y de un sólo movimiento se puso de pie, tomó la mochila y empezó su viaje-.
Ding… miro su teléfono otra vez y vio otro wassap de su madre, esta vez no respondió, aprovechó de ver la hora y se fijó que la batería estaba baja.
– ¡Pucha!, me voy a quedar sin teléfono -se lamentó-.
Mientras avanzaba, dejando a sus espadas la estatua de Assler, se dio cuenta de que ese perro al que llaman “Gaspar”, y que siempre está en Periodismo, había estado dormitando a su lado y ahora la seguía, caminaba junto a ella con sus orejas caídas y cierta indiferencia, Camila lo miraba y se detuvo en la forma de su cabeza. Es raro este perro, pensó, tiene la cabeza extraña y parece que siempre está serio, no mueve la cola como los otros perros.
A esa altura Camila ya está caminado entre FACEA y el Gimnasio, mira de reojo la cartelera de actividades de extensión que hay antes de entrar al Gimnasio y avanza.
De pronto empieza a sonar su teléfono y cuando lo va a contestar se le acaba la batería, se lamenta nuevamente. Con su paso cansino y todavía algo somnolienta trató de adivinar la hora y se preocupó, ya estaba a la altura de la biblioteca y no había visto a ningún compañero o compañera de clases.
-A lo mejor ya empezó…
Sacó unas fotocopias y empezó a repasar, miró hacia atrás y vio a “Gaspar” bajando la escalera hacia Periodismo.
-Es pesado ese perro, ni se despidió.
Caminó casi por inercia hasta “Historia” y salió por la puerta que da al frontis de la Facultad de Educación, se detuvo y miró hacia todos lados, no vio a nadie. Habrá empezado, pensó. Apuró el paso y bajó al primer nivel. Sala 11-15 -recordó-.
El pasillo estaba vacío, Camila se asustó. Caminó sin hacer ruido, como para escuchar, pero nada. De pronto, a la distancia, vio algo que no se esperaba y mientras más se acercaba a la puerta de la sala 11-15, confirmaba lo que sus ojos le gritaban.
-¡Noooooo!… -gritó-.
Maldijo a Saussure, a “Gaspar” y a su suerte, mientras su mente trataba de aceptar lo que ella ya verbalizaba en ese papel tamaño carta y letras negras que decía: Certamen de lingüística suspendido hasta nuevo aviso. Firma: el Profesor.
Seudónimo: Erasmo Maturana
Nombre: Sergio Tillería Vásquez
Periodista Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas UCSC