La noticia de prensa sobre la clonación de vacunos realizada por parte de un equipo de investigadores en nuestra zona, nos interpela a preguntarnos si todo lo técnicamente posible – producto de la factibilidad técnica – es éticamente aceptable. De esta y de muchas maneras la cuestión ética ha vuelto a estar de moda en el debate público de nuestros días, por razones tan diversas como el proyecto de despenalización del aborto, los casos de financiamiento de la política o el uso de influencia indebidas por parte de personeros públicos, en otros. Si respondemos afirmativamente a la necesidad de justificar racionalmente la valoración moral de los actos que realizamos, tanto en ámbito público como privado, no podemos eludir el hecho de tener que dar razones próximas y últimas que sustenten el discernimiento moral de las acciones involucradas en nuestro diario vivir.
Los consensos alcanzados en todo orden pueden ser suficientes para llegar en la gran mayoría de las acciones que realizamos a un discernimiento lúcido a través del sentido común de lo que es lícito o no en perspectiva ética. Sin embargo existen principios pre-morales que no pueden ser sustituidos o desmantelados por la sociedad sin el riesgo de poner en crisis su misma sustentabilidad democrática y que aunque busquen ser reemplazados a través de consensos y por vía legislativa son anteriores al Estado y radican en la dignidad de cada persona humana. Más aún, hoy en día se ha instalado en la opinión pública la necesidad de transparentar – también ética y no sólo jurídicamente – las decisiones políticas, para avanzar de manera segura y decidida en un desarrollo verdaderamente humano y comunitario – que salvaguarde un ambiente saludable y que considere a las futuras generaciones – que alcance a cada uno y a todos quienes integramos nuestra sociedad.
Es quizás la conquista de conciencia más importante – la perspectiva ecológica que esta hoy fuertemente arraigada en las nuevas generaciones – que debe ser considerada en acciones de pequeña, mediana y gran escala cuando el poder de la técnica, cada vez más creciente y con alcance planetario, permite modificar la naturaleza no tan sólo a nivel ambiental sino también humano. Por tanto la respuesta a la cuestión sobre el uso tecnológico avanzado sobre la naturaleza – incluido la clonación de animales – sólo puede responderse en la medida que como seres humanos respondamos la pregunta sobre nuestra posición relativa en el cosmos, buscando la verdad y el significado de nuestra propia naturaleza y del sentido de nuestro actuar, sin prejuicios ni imposiciones de ningún orden, donde libertad y responsabilidad, derechos y deberes se conjuguen de una manera armoniosa, donde verdad y justicia, bondad y beneficio, encuentren como punto de origen la realidad y no las ideas que sustentan las ideologías materialistas, economicistas o relativistas que terminan por disolver la misma razón humana, contaminando el pensamiento y los afectos, terminando por imponer la ley de la selva – que no es otra cosa que la irracionalidad – y por tanto la ley del más fuerte.
La ciencia reconociendo la belleza de todo lo creado y escudriñando la verdad inscrita en la creación es un instrumento que nos permite abrazar el futuro de la humanidad con esperanza y ser además un motor de desarrollo humano que de certezas a la normatividad de nuestras acciones en la medida de sus posibilidades y limitaciones, siempre a través de un juicio prudencial que busque integrar los valores verdaderamente humanos y permanentes.