Aysén, un síntoma.


El problema que detonó este verano en Aysén se presenta -como todo hecho social- con una serie de aristas que van desde una condición de excentricidad histórica hasta expresiones radicales con evidente aprovechamiento político. Intentando buscar lo sustantivo y trascendente que deja esta movilización, resulta lógico situar este proceso en línea con otras manifestaciones que, en oportunidades anteriores y con una resonancia mucho menor, afectó a otras ciudades y territorios del país.

Ya en gobiernos de la Concertación se produjeron manifestaciones de rechazo al centralismo que es una característica chilena desde su origen. ¿Recuerda las banderas negras de Mejillones?; ¿Las pancartas en Arica rechazando la nacionalidad chilena?. No es nueva la demanda de zonas extremas, fronterizas, pidiendo una mayor y mejor atención del Estado, lo llamativo desde las demandas de Punta Arenas el año pasado y las de Aysén en la actualidad, son la exacerbación, los respaldos políticos transversales, la cobertura mediática y los ecos que despiertan estas protestas en segmentos sociales específicos.

Los síntomas que se pueden detectar en esta dinámica, perfilan una realidad evidente, sectores ciudadanos no menores, que antes soportaban calladamente sus precarias condiciones de vida, ahora expresan abiertamente su rechazo a tal realidad que es una expresión del tradicional centralismo nacional.

Aysén recién en el siglo XX, durante el primer gobierno de Carlos Ibáñez, alcanzó la denominación de Territorio, iniciando un lento y duro proceso de colonización. Históricamente ha estado más cercano a la Patagonia argentina que al influjo chileno. Pasaron décadas desde ese inicio hasta que la construcción de la carretera Austral representó un estímulo, dar un sentido, densificar el espíritu de integración con nuestra nacionalidad.

Sin embargo, ese sentimiento, esa sensación ya se diluyó en el tiempo y nada queda de ese impulso creacional que la colosal obra representó en los años setenta y ochenta. Los pocos habitantes de esa zona, como también otros de condición fronteriza requieren de acciones, de obras y no buenas razones, que les permitan efectivamente afirmar la nacionalidad en las inhóspitas latitudes donde viven.

Buscar una solución real, de fondo implica impulsar una política que tradicionalmente ha sido compleja, pues la clase política chilena en su conjunto, no posee una perspectiva descentralizadora. Su estructura genética es históricamente jerarquizada y centralizada desde Santiago, por ello nunca verán como lógico y adecuado disminuir cuotas de poder en beneficio de liderazgos locales, que son mirados como provincianos, carentes de  preparación, tradición y de relaciones tanto internas como externas.

Ojalá, porque la esperanza no debe perderse, este evento nos conduzca a buscar soluciones de fondo y no de forma.

Dr. Andrés Medina
Licenciatura en Historia
Universidad Católica de la Santísima Concepción

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