A cinco años de uno de los terremotos más destructivos en Chile, hemos sido golpeados con otra catástrofe natural, los aluviones en el norte del país han causado un nivel de destrucción inimaginable, entonces no podemos dejar de cuestionarnos si esto se hubiese podido evitar. Seamos claros, es imposible evitar que la naturaleza actúe, lo que podemos disminuir es el nivel de destrucción causado por la naturaleza.
Para que se produzca un desastre, deben conjugarse dos factores: una amenaza natural o antrópica y la vulnerabilidad presente en la región afectada. Si bien, las amenazas pueden ser modeladas por científicos y las vulnerabilidades pueden ser determinadas a través de estudios, esto no disminuye el riesgo de desastre en el lugar. En cambio, la gestión de esta información y la participación de todos los sectores involucrados (ONEMI, Municipios, Hospitales, Seguridad, etc.), podrían habernos ayudado a disminuir sustancialmente las pérdidas de vidas humanas, propiedad pública y privada.
A diferencia de países desarrollados que poseen un ciclo continuo de mejoramiento del riesgo de desastres, basado en etapas como: prevención, preparación, respuesta, recuperación y mitigación, nosotros tan sólo respondemos a los desastres, y no hemos aprendido lo suficiente desde el incidente del 27F.
Para lograr disminuir los efectos de la naturaleza necesitamos fortalecer las instituciones con mayores recursos, generar protocolos de acción y descentralizar la toma de decisiones, involucrar a la comunidad y a las entidades privadas en planes de preparación, con el fin de crear una cultura de prevención en nuestro país, que nos permita trabajar coordinada y cooperativamente entre entidades públicas, empresas privadas, universidades, y comunidades, ya que la envergadura de este desafío hace imposible que el estado, por sí solo, cree un cambio como él que Chile requiere.