Año nuevo de nuevo


Los muchos buenos deseos y una cantidad increíble de rituales, algunos prehistóricos y supersticiosos, de esos que se han implantado desde miles de siglos, se hicieron presentes para tomar nuevos impulsos y empezar con otro año a cuestas: comer uvas, lentejas, anillos en la copa de  champaña, subir a una silla con la maleta en la mano para viajar, ruda en el bolsillo, y otras: todo un animismo para cambiar de folio y emprender otro ciclo de lo mismo, con  renovados bríos; pareciera que con estos afanes, entre cenas, bailes y brindis, nos aseguramos 365 días de futura bonanza, quiera Dios.

Agradecer por el año transcurrido, aunque en algunas culturas queman la imagen del año viejo, para que se aleje prontamente con sus calamidades y le reemplace el nuevo que, se supone, resultará mejor. Nos enmendamos para mejorar algunos de nuestros errores y nos planteamos otros eternos objetivos. Entre todo ello, para figurar como humanos integrales, empezando desde los pies hacia la testa, nos planteamos altruistas propósitos, como alimentarnos mejor con menos comida chatarra y más agua, y realizar alguna actividad física, no solo gimnasia bancaria; incursionar en otras actividades creativas y recreativas ,que tan bien afectan a nuestras neuronas y a la recuperación durante el día del estado alfa, uno de aquellos estados del sueño y del REM; sanear nuestras áreas emocional y afectiva, limpiándonos de las emociones que, muchas veces , se nos quedan pegoteadas, tal como la tristeza, la ira o los miedos, conscientes o inconscientes; mejorar nuestras comunicaciones, alternando las virtuales con las escasas conversaciones tête a tête ; alimentar nuestra área intelectual, con buena lectura, música o cine ; y coronar, finalmente, todo aquello con el despliegue de nuestra área espiritual, según nuestras creencias, y así  encontrarle sentido, entre otras cosas, al desenfrenado despliegue de distractores, como los fuegos artificiales con que nos embolinan la perdiz, e irnos de vacaciones muy felices.