A propósito de Halloween


Da la impresión de que en los poco más de 30 años que lleva esta celebración en Chile aún hay cierta perplejidad en algunos sobre cómo abordarla, particularmente de parte de los padres cara a sus niños pequeños. Como en todas las cosas, siempre es útil analizar un poco la cuestión en su mérito, a ver cuánto da de sí.

Más allá de lo que sabemos o podemos saber sobre Halloween (origen, historia, etc.), en lo que toca a Chile es una moda reciente que llegó de la mano del cine norteamericano y que se incrementó con el desarrollo de los medios de comunicación en general. Es un influjo más como tantos otros recibidos en Chile desde los centros de la cultura comercial global. Pensemos, por ejemplo, en “Viejo Pascuero”. Independientemente que hunda sus raíces en el Obispo san Nicolás de Bari (comienzos del siglo cuarto), lo cierto es que el “Viejo del Polo Norte” es un subproducto potentísimo de la Coca Cola y, que descristianizando la Navidad (Nacimiento de Jesús) hace vendible la idea a cualquier potencial consumidor independiente de si cree o no en Jesús. Tenemos así una máquina comercial realmente muy lucrativa vestida de emocionalidad barata pero muy efectiva. Con Halloween pasa en Chile más o menos lo mismo.

Chile hace mucho que no es un país cristiano y menos católico. ¡Ya lo decía el propio san Alberto Hurtado! Por eso hay tanto en nuestra sociedad que contradice lo cristiano y es tan fácil introducir viejas “novedades” en esa línea. Que no sea principalmente cristiano o católico no quiere decir que Chile no tenga valores y cosas que los chilenos en general estiman como muy valiosas, incluso en el ámbito religioso: el culto a las ánimas (animitas en los caminos y calles), por ejemplo. En el caso de Halloween, el sustrato está en el respeto, cariño y curiosidad respecto a la muerte y a los familiares muertos, además de la coincidencia con otras celebraciones sobre los mismos tópicos, pero de más antiguo arraigo nacional.

Los chilenos, como casi toda la humanidad, compartimos este valor de recordar a nuestros muertos, y también temer la muerte. Todos estos carnavales buscan un poco domesticar, aunque sea psicológicamente, este tipo de realidades que de alguna manera ponen límite a nuestra falaz omnipotencia diaria.
El atractivo de presentar el severo rostro de la muerte de una manera más amable y amistosa, se conjuga con la curiosidad frente al misterio de la muerte y al vértigo del terror. Lo cierto es que la muerte ni es así de agradable ni tampoco normalmente lo es así de terrorífica. Como decía Shakespeare en su tan famoso y vigente monólogo de Hamblet: “Morir, dormir… soñar…, ah!, pero ¿y si es un mal sueño? Esa es la cuestión…”.
Los padres cristianos se preguntan si permitir o no que sus hijos pequeños participen de Halloween. La pregunta, quizá sin querer, apunta a cosas más hondas y que tienen que ver con la vivencia de la fe por todos ellos. Los cristianos tenemos como principal celebración la victoria de Jesús sobre la muerte y todo mal, eso es la Pascua de Resurrección y la Misa o Eucaristía. Y el recuerdo de nuestros familiares muertos se hace bajo esa esperanza y fe. Si eso se entiende a medias o se vive poco o nada, o sin mucho sentido, no sólo Halloween se vuelve una atractiva alternativa, sino cualquier otra fiesta o espectáculo que entretenga y dé algo de sentido a la árida y muchas veces monótona vida cotidiana con sus preocupaciones.

¿Entonces? ¿Halloween o no Halloween? Por mi parte, prefiero celebraciones menos necrófilas, y más biófilas. Y pienso que la humanidad ha visto la felicidad más en términos de vida y luz, que de muerte y oscuridad. Lo demás queda a la libertad, prudencia y buen sentido de los padres respecto de sus hijos e hijas pequeños.